Título: KILLER TOONS 2.0
Autor: VARIOS AUTORES
Editorial: EDICIONES CANALLAS
Páginas: 80
PVP: 6 €
Pues sí, para el título de hoy en lugar de retorcerme la mollera he copiado sin más el lema de portada de esta segunda y costeada etapa del singular fanzine cordobés Killer Toons, emergido de la tumba después de un prolongado letargo que ha durado casi una década. Puestos a robar encabezamientos, pensé primero en usar el subtítulo de la página de créditos de esta misma publicación: “El regreso de la línea cafre”, pero al final lo desestimé porque si bien es cierto que algo de cafre hay en cada uno de ellos no estoy demasiado seguro de que los autores de Ediciones Canallas compartan la misma línea estética.
Por ejemplo, Rafa Infantes tiene una querencia lírica que se aleja del resto, tiene claridad en las formas y un tono de denuncia naif que se acerca a la abstracción. Su estancia en el congelador nos lo ha devuelto seducido por las tramas digitales y afinado con el diapasón de Charles Burns y, en cierto modo, el de Miguel Ángel Martín. Infantes siempre ha sido una de mis debilidades pero lo prefiero plástico antes que plastificado como en este Un mundo sin rostro. Con todo, sencillos ejercicios como El borrón muestran a las claras que sigue siendo un auténtico letrado en esto de la historieta, un autor cargado de recursos y con su propio universo conceptual.
Pero empecemos por el principio, Miguel Ángel Cáceres, otrora enfant terrible de esta generación reencontrada, dibuja sin rastro de lirismo la espléndida portada que autohomenajea a aquella del primer Killer Toons de la anterior época. Aparte de esta, su aportación principal vuelve a ser una estampa de acción sanguinolenta protagonizada por Simeón Órdago, el ciborg follador y leñero salido de los sótanos de la mezquita de una futurista Megacórdoba. Como suele ser habitual, sus desenfrenadas andanzas se leen con el mismo desparpajo con que se leían, qué se yo, las viejas historietas de relleno del Creepy, aunque, como en estas, el desarrollo sea francamente intrascendente.
Los soeces chistes de Moi trufan por todas partes el Killer y uno no puede sino agradecer al destino que nos haya devuelto a esta bestia del humor escatológico y su histriónico Mundo Pichón. Moi tiene una verborrea propia y no poca mala leche y, en sus momentos más bestias, recuerda al Vallés de los Aguirre. Pero confieso que lamento el descuido en la rotulación y composición de página. Como apología de lo cutre, no es lo suficientemente cutre; y lo que queda es un difuso territorio intermedio que refleja una cierta sensación de desaliño que acaba demeritando en parte el resultado final. Aún así, el desparpajo de Moi deja un regusto indeleble en la lectura.
Por su parte, El caso del pintamonas, la cuota de diez páginas de El Juan Pérez brilla algo por debajo del estándar de este autor personalísimo y oblicuo, poseedor de una estética primaria que siempre me ha encandilado y de la que les hablaré, así como del resto del asunto, en el próximo artículo.
Javier Fernández
30 noviembre 2009
25 noviembre 2009
V de VENDETTA: Una opinión muy personal
Sí, metí la pata.
Terminaba de releer V de Vendetta, por fin en mi propio ejemplar, regalo de Alberto y Rafa. Es curioso lo que mutan las lecturas cuando en vez de 14 o 15 tienes 30 años, sabes un poco más (o un poco menos) de qué va todo esto, y puedes detenerte, paladear y deleitarte con la delicia que supone cada gota de tinta impresa que, contoneándose sugerente, convierten al vulgar papel en arte y alimento del alma.
Disfruto con aquello que no me deja indiferente, que me hace pensar o soñar, que me abstrae y me convulsiona, que me muestra el más allá de mi cerrazón cotidiana, convirtiéndome en algo nuevo.
Debe ser por eso que estoy disfrutando a muchos niveles abordando la obra de Alan Moore.
Un mensaje duro, muy duro e impactante el de V de Vendetta, sin concesiones. Personajes muy oscuros, donde V florece en el caos necesario que él mismo orquesta dentro de un sistema totalitario (nuevamente brotan las lecturas de H.G. Wells) de índole fascista.
Un intelectual modus operandi, propio del genio criminal que insinúa ser más allá del filósofo, el arquitecto y el operario que encarna. Azote de sus semejantes, alguien que demuestra lo pernicioso de nuestras conductas cobardes, que en tantas y tristes ocasiones han dibujado la historia de esta especie, más allá de la literatura barata y las mentiras de Estado que encumbran a unos y defenestran a otros, designando arbitrariamente a héroes y villanos, confeccionando nuestras luces y nuestras sombras.
Tres palabras inundan las viñetas de V de Vendetta: Anarquía, Venganza y Libertad.
Esto es, un valor abiertamente positivo, la Libertad, e incuestionable a priori, del que los autores van desvelando lo perverso de su uso indiscriminado y lo falaz de esta libertad que con tanta alegría se nos vende y que, sin necesidad de distopía fascista, tenemos hoy en día completamente hipotecada y prostituida (muchos pensarán que al menos en esto que llamamos Occidente tenemos algo parecido a libertad. Yo no niego tal realidad, pero sinceramente, espero que el género humano sea capaz de construir algo mejor que estas migajas, alimento de famélicos).
Venganza, venganza. Qué sentimiento tan nefasto y a la par, ¡qué humano! Hace mucho tiempo hubo un tipo que decidió poner la otra mejilla y resultó tan sorprendente que la gente lo creyó un dios.
Nuevamente el cómic plantea la viabilidad y catadura moral de un acto vil a priori, de un ocaso que escala desde las raíces del odio, del miedo y de la violencia.
Yo apuntaría a decir, como ya han dicho antes muchos otros con distintas palabras, que la Razón ilustrada es meramente la madrastra de la Justicia que nos ampara, su verdadera madre es la Venganza. Y eso, para el hombre moderno como tú y como yo, no es fácil de aceptar ni es políticamente correcto, preferimos verla bella de vista cegada por cinta sin mácula, erguida con balanza equidistante pendiente sobre un brazo y la fiereza de la espada en el otro.
Y Anarquía. Qué delicia de exposición la de Moore cuando habla de ella, la gran derrotada y olvidada postura política en nuestro flamante siglo XXI. Posiblemente, la horda de memos que enarbolando tópicos desdibujan un concepto tan intelectualmente sugerente como turbio, ha conseguido noquearla.
No hay un anarquismo, hay muchos. Tal vez ese sea el problema, o tal vez la confusión que al menos en España a raíz de tan nefasta guerra reina en el imaginario colectivo identificando anarquismo con comunismo. No en todos los casos hay tantas vinculaciones ideológicas.
Cuando uno lee a Moore, anarquista confeso, está leyendo a alguno de los grandes ideólogos románticos ingleses, como Godwin. Un anarquismo intelectual, que mide a las personas sin clasificarlos en burgueses y proletarios, unificando su relevancia como seres humanos. Un anarquismo que rezuma y apuesta por una libertad más real, obviamente menos productivo que este sistema capitalista que nos asfixia, (algo que en tantas ocasiones, nos negamos a reconocer) pero indudablemente más sano y digno para cada uno de nosotros.
Bla. bla, bla, bla....
Y tonto de mí, me da por volver a ver la película de los Wachowski, que en su momento no me disgustara en absoluto. Normal, hacía como 15 años que había leído el cómic, lo que podía recordar no quedaba mal retratado.
Y claro...
Quizás, en la carátula de estas películas deberían de rotular: "CONTIENE UNA FUENTE DE FELANINA", como en las tapas de los productos light edulcorados, ¿no creéis? ¡Cómo pude dar el pase a semejante cosa!
La susodicha película no tiene casi nada que ver con la genial novela de Lloyd y Moore, todo queda en un juego de niños, en agua de borrajas, en un esbozo pueril recurrente que prefiera unas "Meninas" hechas con macarrones al lienzo de Velázquez.
Aquí una prostituta de 16 años se transforma en una trabajadora de realización de la tele, el Líder mentalmente trastornado y sumamente deshumanizado en un inquebrantable ejemplo de voluntad férrea. La sordidez se disfraza de estilo, el caos de orden, las numerosas citas literarias en chascarrillo (ojo, no siempre), El Maestro que es idea, en amante bobalicón, las ratas son menos ratas humanizadas, la crueldad del mundo por parte de todos acaba por ser maniquea, cutre, irreal. Si se pierden estos matices se mancilla lo que hace grande a la obra, si redimensionas la historia hacia los patrones canónicos del alelamiento supino del cine comercial norteamericano, el arte se convierte en bodrio y lo trascendente en ramplón.
La adaptación de Watchmen, infinitamente más compleja que la de V de Vendetta, parece una joya al compararse con esta cosa. Al menos hay un mínimo de respeto dentro del "homenaje" y la adaptación.
Y digo yo... ¿Quién cojones me mandaría ver otra vez la película?... Me volví a equivocar, para variar...
Francisco J. Serrano de la Vega.
Terminaba de releer V de Vendetta, por fin en mi propio ejemplar, regalo de Alberto y Rafa. Es curioso lo que mutan las lecturas cuando en vez de 14 o 15 tienes 30 años, sabes un poco más (o un poco menos) de qué va todo esto, y puedes detenerte, paladear y deleitarte con la delicia que supone cada gota de tinta impresa que, contoneándose sugerente, convierten al vulgar papel en arte y alimento del alma.
Disfruto con aquello que no me deja indiferente, que me hace pensar o soñar, que me abstrae y me convulsiona, que me muestra el más allá de mi cerrazón cotidiana, convirtiéndome en algo nuevo.
Debe ser por eso que estoy disfrutando a muchos niveles abordando la obra de Alan Moore.
Un mensaje duro, muy duro e impactante el de V de Vendetta, sin concesiones. Personajes muy oscuros, donde V florece en el caos necesario que él mismo orquesta dentro de un sistema totalitario (nuevamente brotan las lecturas de H.G. Wells) de índole fascista.
Un intelectual modus operandi, propio del genio criminal que insinúa ser más allá del filósofo, el arquitecto y el operario que encarna. Azote de sus semejantes, alguien que demuestra lo pernicioso de nuestras conductas cobardes, que en tantas y tristes ocasiones han dibujado la historia de esta especie, más allá de la literatura barata y las mentiras de Estado que encumbran a unos y defenestran a otros, designando arbitrariamente a héroes y villanos, confeccionando nuestras luces y nuestras sombras.
Tres palabras inundan las viñetas de V de Vendetta: Anarquía, Venganza y Libertad.
Esto es, un valor abiertamente positivo, la Libertad, e incuestionable a priori, del que los autores van desvelando lo perverso de su uso indiscriminado y lo falaz de esta libertad que con tanta alegría se nos vende y que, sin necesidad de distopía fascista, tenemos hoy en día completamente hipotecada y prostituida (muchos pensarán que al menos en esto que llamamos Occidente tenemos algo parecido a libertad. Yo no niego tal realidad, pero sinceramente, espero que el género humano sea capaz de construir algo mejor que estas migajas, alimento de famélicos).
Venganza, venganza. Qué sentimiento tan nefasto y a la par, ¡qué humano! Hace mucho tiempo hubo un tipo que decidió poner la otra mejilla y resultó tan sorprendente que la gente lo creyó un dios.
Nuevamente el cómic plantea la viabilidad y catadura moral de un acto vil a priori, de un ocaso que escala desde las raíces del odio, del miedo y de la violencia.
Yo apuntaría a decir, como ya han dicho antes muchos otros con distintas palabras, que la Razón ilustrada es meramente la madrastra de la Justicia que nos ampara, su verdadera madre es la Venganza. Y eso, para el hombre moderno como tú y como yo, no es fácil de aceptar ni es políticamente correcto, preferimos verla bella de vista cegada por cinta sin mácula, erguida con balanza equidistante pendiente sobre un brazo y la fiereza de la espada en el otro.
Y Anarquía. Qué delicia de exposición la de Moore cuando habla de ella, la gran derrotada y olvidada postura política en nuestro flamante siglo XXI. Posiblemente, la horda de memos que enarbolando tópicos desdibujan un concepto tan intelectualmente sugerente como turbio, ha conseguido noquearla.
No hay un anarquismo, hay muchos. Tal vez ese sea el problema, o tal vez la confusión que al menos en España a raíz de tan nefasta guerra reina en el imaginario colectivo identificando anarquismo con comunismo. No en todos los casos hay tantas vinculaciones ideológicas.
Cuando uno lee a Moore, anarquista confeso, está leyendo a alguno de los grandes ideólogos románticos ingleses, como Godwin. Un anarquismo intelectual, que mide a las personas sin clasificarlos en burgueses y proletarios, unificando su relevancia como seres humanos. Un anarquismo que rezuma y apuesta por una libertad más real, obviamente menos productivo que este sistema capitalista que nos asfixia, (algo que en tantas ocasiones, nos negamos a reconocer) pero indudablemente más sano y digno para cada uno de nosotros.
Bla. bla, bla, bla....
Y tonto de mí, me da por volver a ver la película de los Wachowski, que en su momento no me disgustara en absoluto. Normal, hacía como 15 años que había leído el cómic, lo que podía recordar no quedaba mal retratado.
Y claro...
Quizás, en la carátula de estas películas deberían de rotular: "CONTIENE UNA FUENTE DE FELANINA", como en las tapas de los productos light edulcorados, ¿no creéis? ¡Cómo pude dar el pase a semejante cosa!
La susodicha película no tiene casi nada que ver con la genial novela de Lloyd y Moore, todo queda en un juego de niños, en agua de borrajas, en un esbozo pueril recurrente que prefiera unas "Meninas" hechas con macarrones al lienzo de Velázquez.
Aquí una prostituta de 16 años se transforma en una trabajadora de realización de la tele, el Líder mentalmente trastornado y sumamente deshumanizado en un inquebrantable ejemplo de voluntad férrea. La sordidez se disfraza de estilo, el caos de orden, las numerosas citas literarias en chascarrillo (ojo, no siempre), El Maestro que es idea, en amante bobalicón, las ratas son menos ratas humanizadas, la crueldad del mundo por parte de todos acaba por ser maniquea, cutre, irreal. Si se pierden estos matices se mancilla lo que hace grande a la obra, si redimensionas la historia hacia los patrones canónicos del alelamiento supino del cine comercial norteamericano, el arte se convierte en bodrio y lo trascendente en ramplón.
La adaptación de Watchmen, infinitamente más compleja que la de V de Vendetta, parece una joya al compararse con esta cosa. Al menos hay un mínimo de respeto dentro del "homenaje" y la adaptación.
Y digo yo... ¿Quién cojones me mandaría ver otra vez la película?... Me volví a equivocar, para variar...
Francisco J. Serrano de la Vega.
23 noviembre 2009
FANTASÍAS DEL AMOR ADOLESCENTE
Título: I’’S
Autor: MASAKAZU KATSURA
Editorial: PLANETA
Páginas: 256
PVP: 9,95 €
Si me permiten la intrusión, me gustaría comenzar haciendo mención a un asunto personal: la que están a punto de leer es la nota número cincuenta que dedico aquí consecutivamente al bello arte de las viñetas, esa pasión que me acompaña desde el útero pues la considero herencia de las lecturas paternas y, sobre todo, maternas –aquellos cachorro y jabatos que leía mi madre–. Y aunque entiendo que lo que sigue inmediatamente no les interesará lo más mínimo, aprovecho para dirigir, a modo de celebración y parafraseando a T. S. Eliot, una palabras privadas en público: Gabriel, va por ti; Alfredo, muchas gracias por todo; Ana, te quiero.
En fin, ahora sí vamos a ello. Animado por una especie de espíritu festivo –los que hemos crecido coleccionando los cómics Marvel estamos bien acostumbrados a las efemérides: el número 25 de Spider-Man, el veinte aniversario de Los Cuatro Fantásticos, el número 100 de La Espada Salvaje de Conan… se ve que algo de esto me ha quedado– he pensado dedicar mi medio centenar a la nueva y flamante reedición en formato kanzenban de I’’s, el célebre shonen de Masakazu Katzura. Y como quiera que todo el que no sea aficionado al manga debe de haber pensado que hablo en chino –en realidad es japonés–, me explico muy sucintamente: shonen es el término empleado para designar el manga diseñado para jóvenes varones de entre 14 y 18 años y kanzenban es un formato algo mayor de lo habitual, de mejor calidad de papel e impresión, que suelen incluir material extra y portadas realizadas ex profeso y en el que se editan los mangas más populares del mercado, generalmente en ocasiones especiales o, como ahora, con motivo de una reedición. Por otra parte, I’’s es simplemente el título: inicial del nombre de cada uno de los vértices del triángulo protagonista de la serie y plural figurado de I, yo en inglés, o sea una especie de nosotros, cuya pronunciación anglosajona –ais– equivale a la de ice, término igualmente inglés y que en nuestro idioma significa hielo. Lo de la doble comilla, me van a perdonar pero no tengo manera ahora de comprobarlo, así que me fiaré de mi memoria, creo que era una cuestión meramente estética.
No descarto que el hielo venga al caso por aquello del patinaje, y es que el asunto del manga en cuestión son los patinazos amoroso-masturbatorios del adolescente Ichitaka Seto con su turgente y algo mojigata compañera de instituto Iori Yoshizuki, aderezados por la presencia de Itsuki Akiba, un vendaval femenino que regresa sorpresivamente a la vida de Ichitaka y con el que este, al parecer, se había prometido en la más tierna infancia. En el más genuino estilo de Katsura –el mismo de Video Girl Ai o, dicho de otro modo: ay, para cuándo una reedición ultimate de Video Girl– la serie es un alarde naif de situaciones morbosas y vergonzantes, confusiones y desaciertos pasionales que, una de dos, irritan al lector hasta el aburrimiento o, como en mi caso, lo mantienen pegado a la silla de puro y delirante y morboso goce estilístico.
Javier Fernández
Autor: MASAKAZU KATSURA
Editorial: PLANETA
Páginas: 256
PVP: 9,95 €
Si me permiten la intrusión, me gustaría comenzar haciendo mención a un asunto personal: la que están a punto de leer es la nota número cincuenta que dedico aquí consecutivamente al bello arte de las viñetas, esa pasión que me acompaña desde el útero pues la considero herencia de las lecturas paternas y, sobre todo, maternas –aquellos cachorro y jabatos que leía mi madre–. Y aunque entiendo que lo que sigue inmediatamente no les interesará lo más mínimo, aprovecho para dirigir, a modo de celebración y parafraseando a T. S. Eliot, una palabras privadas en público: Gabriel, va por ti; Alfredo, muchas gracias por todo; Ana, te quiero.
En fin, ahora sí vamos a ello. Animado por una especie de espíritu festivo –los que hemos crecido coleccionando los cómics Marvel estamos bien acostumbrados a las efemérides: el número 25 de Spider-Man, el veinte aniversario de Los Cuatro Fantásticos, el número 100 de La Espada Salvaje de Conan… se ve que algo de esto me ha quedado– he pensado dedicar mi medio centenar a la nueva y flamante reedición en formato kanzenban de I’’s, el célebre shonen de Masakazu Katzura. Y como quiera que todo el que no sea aficionado al manga debe de haber pensado que hablo en chino –en realidad es japonés–, me explico muy sucintamente: shonen es el término empleado para designar el manga diseñado para jóvenes varones de entre 14 y 18 años y kanzenban es un formato algo mayor de lo habitual, de mejor calidad de papel e impresión, que suelen incluir material extra y portadas realizadas ex profeso y en el que se editan los mangas más populares del mercado, generalmente en ocasiones especiales o, como ahora, con motivo de una reedición. Por otra parte, I’’s es simplemente el título: inicial del nombre de cada uno de los vértices del triángulo protagonista de la serie y plural figurado de I, yo en inglés, o sea una especie de nosotros, cuya pronunciación anglosajona –ais– equivale a la de ice, término igualmente inglés y que en nuestro idioma significa hielo. Lo de la doble comilla, me van a perdonar pero no tengo manera ahora de comprobarlo, así que me fiaré de mi memoria, creo que era una cuestión meramente estética.
No descarto que el hielo venga al caso por aquello del patinaje, y es que el asunto del manga en cuestión son los patinazos amoroso-masturbatorios del adolescente Ichitaka Seto con su turgente y algo mojigata compañera de instituto Iori Yoshizuki, aderezados por la presencia de Itsuki Akiba, un vendaval femenino que regresa sorpresivamente a la vida de Ichitaka y con el que este, al parecer, se había prometido en la más tierna infancia. En el más genuino estilo de Katsura –el mismo de Video Girl Ai o, dicho de otro modo: ay, para cuándo una reedición ultimate de Video Girl– la serie es un alarde naif de situaciones morbosas y vergonzantes, confusiones y desaciertos pasionales que, una de dos, irritan al lector hasta el aburrimiento o, como en mi caso, lo mantienen pegado a la silla de puro y delirante y morboso goce estilístico.
Javier Fernández
21 noviembre 2009
LAS LÍNEAS SE DILUYEN. (Reflexión acerca del pasado y presente del universo Marvel)
Los tejados de la Cocina del Infierno se perfilan ya contra los tonos plúmbeos de un cansado atardecer, cuando sobre ellos vemos pasar, como una exhalación escarlata, la roja figura de Daredevil, el hombre sin Miedo… ¡Alto ahí! ¿He dicho roja, escarlata? ¡No!. Hete aquí que nuestro héroe se pasea entre las azoteas en pelota picada y en su cráneo, donde otrora luciesen las doradas guedejas, oscila al viento una soberbia cresta multicolor. Al mismo tiempo, a varias manzanas de allí, tía May y Jonah Jameson Sr. aprovechan sus frecuentes encuentros para apurar las últimas sugerencias del Kamasutra con el retrato del tío Ben al fondo, tocando las palmas.
Si dirigimos nuestra vista a muchos kilómetros de allí, observamos que los héroes más poderosos de la Tierra han trasladado su cuartel general a un club gay de Chicago donde el Capitán América procede a cambiar oficialmente el himno tradicional de: “¡Vengadores, reuníos!” por un mucho más sonoro: “¡Ay, que me da, que me da y que me da!”. Por su parte, Norman Osborn acaba confesando que lo de Gwen y él era mentira, y que todo se debió al inconfesable deseo de comerle la boca a pellizcos Peter Parker.
¡ Así, pues, todo se ha consumado!. La Era Quesada del universo Marvel ha llegado a su culmen, mientras su orondo artífice se regodea en el yakuzi, acariciando con ternura un patito de goma con la cara de Marilyn Manson.
Espero sinceramente que los aficionados al cosmos marvelita –especialmente los de rancio abolengo- sepan disculpar al que suscribe esta introducción pesadillesca. Si con ello logro hacer reflexionar al fandom sobre lo que ha sido el devenir de personajes y contextos en estos últimos años, habrá cumplido su propósito. Estableciendo una comparación entre esta sátira (que incluye un par de detalles ya perpetrados en la continuidad real) y la política editorial de la Casa, me atrevería a afirmar que las líneas se diluyen. A la desnaturalización de iconos como Gwen Stacy o la propia tía May – no sólo por cuestiones estéticas, sino por la imposibilidad de ciertas actitudes dada la personalidad con que se les definió genuinamente – se une el aluvión de acontecimientos apocalípticos que aportan cada vez más confusión e irrealidad a un universo con el que un día tantos nos sentimos identificados, precisamente por su parecido con el nuestro. Esa antigua “apacibilidad” habitual de la “sociedad Marvel”, por lo que a sus ciudadanos normales de refiere, se veía ocasionalmente truncada por inusuales macro-acontecimientos como la llegada de Galactus o la guerra Kree- Skrull. Era precisamente eso, el contraste entre la normalidad y su atípica ruptura lo que conseguía el deseado efecto de fascinación.
Invasión Secreta, Dinastía de “M”, holocaustos diversos a escala mundial, el enésimo Ragnarok asgardiano con implicaciones terrícolas… Sin negar algún que otro retazo de calidad y originalidad en los planteamientos, el hecho de que los “Apocalipsis” acaben menudeando tanto como un estornudo vulgarizan y adocenan inevitablemente un mundo de ficción antaño mucho más cercano y entrañable.
No se trata, en modo alguno, de que un grupo de aficionados “fósiles” reclamemos la vuelta de postulados y situaciones irrecuperables, tanto como la época a la que pertenecieron, sino del deseo de que presente y futuro dimanen directamente de un pasado tan glorioso como el que urdieran Stan Lee, Jack Kirby, Steve Ditko y otros genios del ayer, por encima de revisionismos delirantes.
En definitiva, cuando el cielo no se desplome a diario sobre las cabezas de unos personajes irreconocibles, podremos volver a exclamar con orgullo:
¡Excelsior!
José Luis Moreno de León.
Si dirigimos nuestra vista a muchos kilómetros de allí, observamos que los héroes más poderosos de la Tierra han trasladado su cuartel general a un club gay de Chicago donde el Capitán América procede a cambiar oficialmente el himno tradicional de: “¡Vengadores, reuníos!” por un mucho más sonoro: “¡Ay, que me da, que me da y que me da!”. Por su parte, Norman Osborn acaba confesando que lo de Gwen y él era mentira, y que todo se debió al inconfesable deseo de comerle la boca a pellizcos Peter Parker.
¡ Así, pues, todo se ha consumado!. La Era Quesada del universo Marvel ha llegado a su culmen, mientras su orondo artífice se regodea en el yakuzi, acariciando con ternura un patito de goma con la cara de Marilyn Manson.
Espero sinceramente que los aficionados al cosmos marvelita –especialmente los de rancio abolengo- sepan disculpar al que suscribe esta introducción pesadillesca. Si con ello logro hacer reflexionar al fandom sobre lo que ha sido el devenir de personajes y contextos en estos últimos años, habrá cumplido su propósito. Estableciendo una comparación entre esta sátira (que incluye un par de detalles ya perpetrados en la continuidad real) y la política editorial de la Casa, me atrevería a afirmar que las líneas se diluyen. A la desnaturalización de iconos como Gwen Stacy o la propia tía May – no sólo por cuestiones estéticas, sino por la imposibilidad de ciertas actitudes dada la personalidad con que se les definió genuinamente – se une el aluvión de acontecimientos apocalípticos que aportan cada vez más confusión e irrealidad a un universo con el que un día tantos nos sentimos identificados, precisamente por su parecido con el nuestro. Esa antigua “apacibilidad” habitual de la “sociedad Marvel”, por lo que a sus ciudadanos normales de refiere, se veía ocasionalmente truncada por inusuales macro-acontecimientos como la llegada de Galactus o la guerra Kree- Skrull. Era precisamente eso, el contraste entre la normalidad y su atípica ruptura lo que conseguía el deseado efecto de fascinación.
Invasión Secreta, Dinastía de “M”, holocaustos diversos a escala mundial, el enésimo Ragnarok asgardiano con implicaciones terrícolas… Sin negar algún que otro retazo de calidad y originalidad en los planteamientos, el hecho de que los “Apocalipsis” acaben menudeando tanto como un estornudo vulgarizan y adocenan inevitablemente un mundo de ficción antaño mucho más cercano y entrañable.
No se trata, en modo alguno, de que un grupo de aficionados “fósiles” reclamemos la vuelta de postulados y situaciones irrecuperables, tanto como la época a la que pertenecieron, sino del deseo de que presente y futuro dimanen directamente de un pasado tan glorioso como el que urdieran Stan Lee, Jack Kirby, Steve Ditko y otros genios del ayer, por encima de revisionismos delirantes.
En definitiva, cuando el cielo no se desplome a diario sobre las cabezas de unos personajes irreconocibles, podremos volver a exclamar con orgullo:
¡Excelsior!
José Luis Moreno de León.
16 noviembre 2009
BATMAN R.I.P.
Título: BATMAN R.I.P.
Autor: GRANT MORRISON / TONY DANIEL
Editorial: PlanetadeAgostini
Formato: Libro cartoné, 168 págs., color.
PVP: 16,95€
Edición original: Batman y Batman R.I.P. Deluxe Edition Hardcover nº 676-681 USA
Tras cómics del calibre de EL REGRESO DEL CABALLERO OSCURO (antes SEÑOR DE LA NOCHE, depende de la edición), LA BROMA ASESINA y ARKHAM ASYLUM, entre otros de una más o menos larga lista de títulos estimables surgidos de DC Cómics en las últimas dos décadas (casi tres) y protagonizados por BATMAN, no esperaba encontrar ninguna nueva vuelta de tuerca interesante al concepto del hombre murciélago, a sus motivaciones y personalidad. Más bien me conformaba con leer de vez en cuando alguna aventura entretenida del cruzado enmascarado que repetiría sin duda fórmulas comunes empleadas antes con mayor o menor acierto, como es habitual en esto de los cómics de superhéroes.
Sin embargo, en BATMAN R.I.P. la habitual imaginación desbordante de Grant Morrison, que parece inagotable en profusión de pequeñas y atractivas ideas que arropan barrocas tramas como las de la maxiserie (o colección de siete miniseries más especiales) de LOS SIETE SOLDADOS DE LA VICTORIA o CRISIS FINAL - por poner dos ejemplos recientes de su dilatada trayectoria de escritor - aporta a la serie regular de BATMAN un revulsivo interesante, en un ejercicio de retrocontinuidad sugerente que revisa momentos convenientemente escogidos de toda la trayectoria del señor de la noche desde sus primeros cómics hasta el presente para, colocándolos bajo un prisma diferente, hilar una trama orientada a descomponer a Bruce Wayne y su alter ego, destruyéndolo desde su propia simiente en el callejón del crimen sin desvirtuarlo y proponiendo un tono de irrealidad que lleve al lector a entrar en el juego que se le ofrece sin que el fan más purista se lleve las manos a la cabeza por las pinzas de la historia que sutilmente hurgan en las profundas heridas del origen del personaje, con momentos hilarantes tan sencillamente inspirados y plasmados con habilidad por Tony Daniel (más entintadores y coloristas, entre otros, que los cómics como el cine son casi siempre un arte de equipo) como el del BATMAN de ZUR-EN-ARRH en una cornisa charlando con unas gárgolas y el duende Batmito.
Con probable seguridad no es una gran novela gráfica como los títulos mencionados que abren esta reseña, y tampoco creará la polémica de la saga PECADOS DEL PASADO ,de J. M. Straczynski y Mike Deodato - a los lápices- , que convulsionó el pasado clásico de SPIDERMAN durante una temporada.
Es una lectura que se sigue con interés y provoca ganas de más. Además la bonita y manejable edición en tomo de BATMAN R.I.P., aunque puede leerse de forma aislada, delata claramente que está ubicada en un trama de largo recorrido en la actual serie del personaje, por lo que para su total comprensión es necesaria la lectura de números anteriores de la misma, especialmente los que sirven de prólogo a la saga, aunque no sobraría tampoco la revisión de todos los ejemplares escritos por Morrison en la actual etapa y echarle un ojo a los números clásicos revisados por él para la presente historia, que tiene una conclusión más que abierta a seguir generando nuevas desventuras para los habitantes disfrazados de Gotham.
J. A. Santiago
Autor: GRANT MORRISON / TONY DANIEL
Editorial: PlanetadeAgostini
Formato: Libro cartoné, 168 págs., color.
PVP: 16,95€
Edición original: Batman y Batman R.I.P. Deluxe Edition Hardcover nº 676-681 USA
Tras cómics del calibre de EL REGRESO DEL CABALLERO OSCURO (antes SEÑOR DE LA NOCHE, depende de la edición), LA BROMA ASESINA y ARKHAM ASYLUM, entre otros de una más o menos larga lista de títulos estimables surgidos de DC Cómics en las últimas dos décadas (casi tres) y protagonizados por BATMAN, no esperaba encontrar ninguna nueva vuelta de tuerca interesante al concepto del hombre murciélago, a sus motivaciones y personalidad. Más bien me conformaba con leer de vez en cuando alguna aventura entretenida del cruzado enmascarado que repetiría sin duda fórmulas comunes empleadas antes con mayor o menor acierto, como es habitual en esto de los cómics de superhéroes.
Sin embargo, en BATMAN R.I.P. la habitual imaginación desbordante de Grant Morrison, que parece inagotable en profusión de pequeñas y atractivas ideas que arropan barrocas tramas como las de la maxiserie (o colección de siete miniseries más especiales) de LOS SIETE SOLDADOS DE LA VICTORIA o CRISIS FINAL - por poner dos ejemplos recientes de su dilatada trayectoria de escritor - aporta a la serie regular de BATMAN un revulsivo interesante, en un ejercicio de retrocontinuidad sugerente que revisa momentos convenientemente escogidos de toda la trayectoria del señor de la noche desde sus primeros cómics hasta el presente para, colocándolos bajo un prisma diferente, hilar una trama orientada a descomponer a Bruce Wayne y su alter ego, destruyéndolo desde su propia simiente en el callejón del crimen sin desvirtuarlo y proponiendo un tono de irrealidad que lleve al lector a entrar en el juego que se le ofrece sin que el fan más purista se lleve las manos a la cabeza por las pinzas de la historia que sutilmente hurgan en las profundas heridas del origen del personaje, con momentos hilarantes tan sencillamente inspirados y plasmados con habilidad por Tony Daniel (más entintadores y coloristas, entre otros, que los cómics como el cine son casi siempre un arte de equipo) como el del BATMAN de ZUR-EN-ARRH en una cornisa charlando con unas gárgolas y el duende Batmito.
Con probable seguridad no es una gran novela gráfica como los títulos mencionados que abren esta reseña, y tampoco creará la polémica de la saga PECADOS DEL PASADO ,de J. M. Straczynski y Mike Deodato - a los lápices- , que convulsionó el pasado clásico de SPIDERMAN durante una temporada.
Es una lectura que se sigue con interés y provoca ganas de más. Además la bonita y manejable edición en tomo de BATMAN R.I.P., aunque puede leerse de forma aislada, delata claramente que está ubicada en un trama de largo recorrido en la actual serie del personaje, por lo que para su total comprensión es necesaria la lectura de números anteriores de la misma, especialmente los que sirven de prólogo a la saga, aunque no sobraría tampoco la revisión de todos los ejemplares escritos por Morrison en la actual etapa y echarle un ojo a los números clásicos revisados por él para la presente historia, que tiene una conclusión más que abierta a seguir generando nuevas desventuras para los habitantes disfrazados de Gotham.
J. A. Santiago
14 noviembre 2009
TREINTA AÑOS DE COMIX
El catálogo de La Cúpula, iniciado en 1979 y construido pacientemente a lo largo de las últimas tres décadas, es probablemente el más claro resumen de las tendencias de la historieta de ese mismo periodo. Para los amantes de lo nuevo, de lo que se cuece en el instante presente, la barcelonesa ha sido –y en buena parte sigue siendo– la editorial por antonomasia. Frente a propuestas más conservadoras, la línea de Berenguer y los suyos ha apostado desde siempre por una ética del descubrimiento, nacional y foráneo, y por la complicidad estética con los círculos underground o el hermanamiento de intenciones con las cabeceras de más riesgo de Europa, Estados Unidos o Japón.
Joven, contemporánea, elegante sin quererlo y a veces cutre –eso sí, de vocación–, la revista El Víbora (diciembre, 1979-enero 2005), primera publicación de la casa, fue el buque insignia que catapultó a Max, Martí, Nazario y Gallardo, y por sus páginas circuló un verdadero quién es quién de la historieta española que incluyó firmas tan significativas como las de Mauro Entrialgo, Miguel Ángel Martín o Álvarez Rabo. A lo largo de sus 300 números, la subtitulada revista de Cómix para supervivientes acercó al lector español lo más cañero del panorama alemán, estadounidense, francés, británico, italiano... Y cuando la tan cacareada crisis del mercado adulto del tebeo fue fulminando, una por una, todas las publicaciones que poblaban los quioscos, El Víbora volvió a reinventarse sacando el erotismo a pasear en portada y abriendo sus puertas al manga –que se había asomado ya tímidamente desde los orígenes mismos de la revista con uno de sus más geniales representantes: Yoshihiro Tatsumi–. Elasticidad frente a rigidez, la subsistencia por encima de todo. Aunque al final de la historia, como era previsible, se hizo realidad el dicho: todo lo bueno –y lo malo– se acaba. Y adiós al magazine.
Desde entonces, y dejando a un lado la monótona y exitosa cabecera erótica Kiss Comix, La Cúpula ha ofrecido una extraordinaria selección de álbumes que reflejan un gusto astuto, amplio y, en no pocas ocasiones, arriesgado. Centrándonos, por poner sólo un ejemplo, en el alternativo estadounidense, cuna de la novela gráfica contemporánea, la variedad de nombres que figuran en las filas de la editorial es amplísima y de alta calidad: Allison Bechdel, Gabrielle Bell, Jeffrey Brown, Kim Deitch, Evan Dorkin, Debbie Drechsler, Phoebe Gloeckner, David Lapham, Jason Lutes, Cathy Malkasian, Joe Matt, Tony Millonaire, Harvey Pekar, Nathan Powell, Ted Stern, James Sturm y Adrian Tomine son algunos de los nombres que vienen a sumarse a los de celebridades como Peter Bagge, Chester Brown, Charles Burns, Daniel Clowes, Robert Crumb, los hermanos Hernández o Gilbert Shelton, extensamente publicados por La Cúpula. Contar con todos ellos en un mismo catálogo es un privilegio al alcance de muy pocos. Y, como he señalado antes, se trata de un ejemplo.
Visión, valentía y eclecticismo. Después de treinta años, La Cúpula es el referente editorial de nuestro país en el campo de los tebeos y una de las mejores escuelas para estudiar el medio. ¿He dicho una de las mejores? No, la mejor.
Javier Fernández
Joven, contemporánea, elegante sin quererlo y a veces cutre –eso sí, de vocación–, la revista El Víbora (diciembre, 1979-enero 2005), primera publicación de la casa, fue el buque insignia que catapultó a Max, Martí, Nazario y Gallardo, y por sus páginas circuló un verdadero quién es quién de la historieta española que incluyó firmas tan significativas como las de Mauro Entrialgo, Miguel Ángel Martín o Álvarez Rabo. A lo largo de sus 300 números, la subtitulada revista de Cómix para supervivientes acercó al lector español lo más cañero del panorama alemán, estadounidense, francés, británico, italiano... Y cuando la tan cacareada crisis del mercado adulto del tebeo fue fulminando, una por una, todas las publicaciones que poblaban los quioscos, El Víbora volvió a reinventarse sacando el erotismo a pasear en portada y abriendo sus puertas al manga –que se había asomado ya tímidamente desde los orígenes mismos de la revista con uno de sus más geniales representantes: Yoshihiro Tatsumi–. Elasticidad frente a rigidez, la subsistencia por encima de todo. Aunque al final de la historia, como era previsible, se hizo realidad el dicho: todo lo bueno –y lo malo– se acaba. Y adiós al magazine.
Desde entonces, y dejando a un lado la monótona y exitosa cabecera erótica Kiss Comix, La Cúpula ha ofrecido una extraordinaria selección de álbumes que reflejan un gusto astuto, amplio y, en no pocas ocasiones, arriesgado. Centrándonos, por poner sólo un ejemplo, en el alternativo estadounidense, cuna de la novela gráfica contemporánea, la variedad de nombres que figuran en las filas de la editorial es amplísima y de alta calidad: Allison Bechdel, Gabrielle Bell, Jeffrey Brown, Kim Deitch, Evan Dorkin, Debbie Drechsler, Phoebe Gloeckner, David Lapham, Jason Lutes, Cathy Malkasian, Joe Matt, Tony Millonaire, Harvey Pekar, Nathan Powell, Ted Stern, James Sturm y Adrian Tomine son algunos de los nombres que vienen a sumarse a los de celebridades como Peter Bagge, Chester Brown, Charles Burns, Daniel Clowes, Robert Crumb, los hermanos Hernández o Gilbert Shelton, extensamente publicados por La Cúpula. Contar con todos ellos en un mismo catálogo es un privilegio al alcance de muy pocos. Y, como he señalado antes, se trata de un ejemplo.
Visión, valentía y eclecticismo. Después de treinta años, La Cúpula es el referente editorial de nuestro país en el campo de los tebeos y una de las mejores escuelas para estudiar el medio. ¿He dicho una de las mejores? No, la mejor.
Javier Fernández
07 noviembre 2009
PERMANEZCAN A LA ESCUCHA
Título: EL OTRO MUNDO
Autor: MIGUEL BRIEVA
Editorial: MONDADORI
Páginas: 144
PVP: 16,90 €
El surgimiento de Miguel Brieva (Sevilla, 1974) en la escena intelectual española demuestra que, pese al intenso olor a podrido, no está todo perdido.
He aquí un librepensador, o un libreprensador –parafraseando el estilo de Brieva– que podría ser algo así como el partidario de la doctrina que utiliza la razón para apretar las cosas en la prensa. Una prensa, la del autor de El otro mundo, que se asemeja a esas otras de los grandes Agustín García Calvo y Rafael Sánchez Ferlosio, dos de nuestros más genuinos intelectos, influencias confesas del sevillano y que, en sus propias palabras, no han permitido “como a menudo han hecho otros intelectuales mucho más celebrados, el desvanecimiento autocomplaciente de su compromiso político y moral” –el hedor al que antes hacía mención–.
Al leer a Brieva uno recuerda las enseñanzas de García Calvo acerca del individuo y su desempeño en el nefasto y deshumanizado mundo actual, que se vacía a ojos vista de objetivos colectivos en favor de los movimientos unísonos: “Cuando todo el mundo, creyéndose que hace lo que le da la gana, hace exactamente lo mismo que todos los demás, tenemos indicios para sospechar que, o bien hemos llegado a una sociedad perfecta y sorprendentemente bien sincronizada, o bien que se ha inducido muy hábilmente a la gente a pensar que es libre mientras que obedece de manera estricta”. Sí, podría haber sido Agustín, pero era Miguel, entrevistado en Generación XXI. Y entiéndase que cuando digo el mundo, quiero decir el nuestro, Occidente, porque no es que otro mundo sea posible, es que existe realmente a la vuelta de la autoproclamada civilización, y resulta ser más numeroso y mucho más interesante que el nuestro.
Y hay también trazas de la incómoda rebeldía de Ferlosio, esa estúpida valentía del escritor lúcido, en la subversión continua de los mensajes acomodaticios por parte de Brieva, en el esclarecimiento que provoca su mirada, la inteligente y continua construcción de estampas de la estupidez humana –Vendrán más años malos y nos harán más ciegos, ¿recuerdan?– que casi siempre resultan de invertirlos estereotipos, de representar lo que se piensa si se piensa del revés. Y claro, el resultado más que un chiste es un cuadro hiperrealista. Porque, y cito de nuevo: “Pensemos si no en ese Gran Hermano que ha comenzado en Alemania, en el que ya no hay límite de duración, es decir, que es algo así como una cárcel monitorizada, o en las declaraciones de Bush acerca de la necesaria tala de los bosques estadounidenses como medida idónea para prevenir incendios. Francamente, esto es intrusismo profesional; en un mundo así, ¿qué espacio queda para los humoristas?”.
Y ahora que caigo, aún no he dicho que Brieva es humorista, aunque yo lo considero más bien un moralista, no por marcar el camino que debemos seguir sino por señalar las grietas del camino que seguimos. Y sí, qué duda cabe, es divertidísimo.
Autor: MIGUEL BRIEVA
Editorial: MONDADORI
Páginas: 144
PVP: 16,90 €
El surgimiento de Miguel Brieva (Sevilla, 1974) en la escena intelectual española demuestra que, pese al intenso olor a podrido, no está todo perdido.
He aquí un librepensador, o un libreprensador –parafraseando el estilo de Brieva– que podría ser algo así como el partidario de la doctrina que utiliza la razón para apretar las cosas en la prensa. Una prensa, la del autor de El otro mundo, que se asemeja a esas otras de los grandes Agustín García Calvo y Rafael Sánchez Ferlosio, dos de nuestros más genuinos intelectos, influencias confesas del sevillano y que, en sus propias palabras, no han permitido “como a menudo han hecho otros intelectuales mucho más celebrados, el desvanecimiento autocomplaciente de su compromiso político y moral” –el hedor al que antes hacía mención–.
Al leer a Brieva uno recuerda las enseñanzas de García Calvo acerca del individuo y su desempeño en el nefasto y deshumanizado mundo actual, que se vacía a ojos vista de objetivos colectivos en favor de los movimientos unísonos: “Cuando todo el mundo, creyéndose que hace lo que le da la gana, hace exactamente lo mismo que todos los demás, tenemos indicios para sospechar que, o bien hemos llegado a una sociedad perfecta y sorprendentemente bien sincronizada, o bien que se ha inducido muy hábilmente a la gente a pensar que es libre mientras que obedece de manera estricta”. Sí, podría haber sido Agustín, pero era Miguel, entrevistado en Generación XXI. Y entiéndase que cuando digo el mundo, quiero decir el nuestro, Occidente, porque no es que otro mundo sea posible, es que existe realmente a la vuelta de la autoproclamada civilización, y resulta ser más numeroso y mucho más interesante que el nuestro.
Y hay también trazas de la incómoda rebeldía de Ferlosio, esa estúpida valentía del escritor lúcido, en la subversión continua de los mensajes acomodaticios por parte de Brieva, en el esclarecimiento que provoca su mirada, la inteligente y continua construcción de estampas de la estupidez humana –Vendrán más años malos y nos harán más ciegos, ¿recuerdan?– que casi siempre resultan de invertirlos estereotipos, de representar lo que se piensa si se piensa del revés. Y claro, el resultado más que un chiste es un cuadro hiperrealista. Porque, y cito de nuevo: “Pensemos si no en ese Gran Hermano que ha comenzado en Alemania, en el que ya no hay límite de duración, es decir, que es algo así como una cárcel monitorizada, o en las declaraciones de Bush acerca de la necesaria tala de los bosques estadounidenses como medida idónea para prevenir incendios. Francamente, esto es intrusismo profesional; en un mundo así, ¿qué espacio queda para los humoristas?”.
Y ahora que caigo, aún no he dicho que Brieva es humorista, aunque yo lo considero más bien un moralista, no por marcar el camino que debemos seguir sino por señalar las grietas del camino que seguimos. Y sí, qué duda cabe, es divertidísimo.
Javier Fernández
03 noviembre 2009
NO SOPORTO MI VOZ
Título: CALLING YOU
Autor: OTSUICHI (guión) y HIRO KIYOIHARA (dibujo)
Editorial: GLÉNAT
Páginas: 200
PVP: 8.95 €
En el epílogo de Calling you, su guionista confiesa: “Escribí esta historia con el objetivo de llegar a hacer algún día algo tan bueno como la novela de Jack Finney La carta de amor”. Y precisamente La carta de amor –relato, que no novela, publicado por primera vez en The Saturday Evening Post en 1959, ignoro si el fallo es de Otsuichi o de la traductora– contiene una frase que viene muy al caso para comentar el tomito editado por Glénat: “Estoy seguro que lo que pasó no hubiese pasado en absoluto si me hubiese sentido de otro modo”.
La carta de amor narra la extraña comunicación que se establece entre Jake Belknap, un joven soltero de 24 años que vive en el Brooklyn de 1959 y una tal señorita Helen Elizabeth Worley, habitante también de Brooklyn pero en la década de 1880. La relación entre ambos se produce mediante el escritorio adquirido por Belknap en una tienda de antigüedades, el mismo que perteneció a Helen casi ochenta años antes. Escondida en un compartimiento secreto, Belknap halla una vieja carta de amor fechada el 14 de mayo de 1882 y escrita al aire por la señorita en cuestión que él, embargado por una extraña y algo ominosa sensación, se decide a contestar formalmente, esto es, echando la respuesta al correo.
Y he aquí que no hay más motivación que el impulso de hacerlo, un sentimiento sin explicación, lo que, en una fantasía menos sutil, correspondería a un encantamiento. Dice también Finney –quien, por cierto y para el que no lo sepa, es el autor de la estupenda novela Los ladrones de cuerpos, la misma que ha generado una ristra de adaptaciones cinematográficas–: “La noche es un periodo extraño; las cosas son distintas de noche, como todo ser humano sabe muy dentro de sí”. Obviamente, la carta de Belknap acabará en manos de Helen, y aquel encontrará un segundo cajón secreto y una nueva carta, y... pero mejor se leen el cuento, ¿no?
Pues bien, lo que quería decir es que Calling you no puede explicarse –ni disfrutarse– sin ese mismo sentimiento inexplicable, esa suspensión de la credibilidad que en este caso toma la forma de anhelo adolescente: una chica, Ryô, estudiante de instituto, que carece de móvil y soporta una especie de exclusión social por parte de sus compañeros se obsesiona con tener uno, y lo imagina con tanto detalle que acaba contactando mentalmente –vía “telefónica”– con una mujer, Harada, y con otro chico, Nozaki, todos separados temporalmente entre sí.
La noche aquí, el periodo extraño de Finney, no es otro que la adolescencia, y el personaje de Otsuichi raya la oscuridad. Como le confiesa a Nozaki: “La verdad es que odio mi voz. Me pone enferma, no puedo oírla. ¡Tanto que me rajaría la garganta si pudiera!”. Nozaki, como cabe esperar, tratará de levantar el ánimo de Ryô, pero el final de Calling you juega con lo inesperado y el manga –apoyado en los bellos dibujos de Hiro Kiyohara– acaba funcionando como retrato de la deriva de una generación hipercomunicada.
Javier Fernández
Autor: OTSUICHI (guión) y HIRO KIYOIHARA (dibujo)
Editorial: GLÉNAT
Páginas: 200
PVP: 8.95 €
En el epílogo de Calling you, su guionista confiesa: “Escribí esta historia con el objetivo de llegar a hacer algún día algo tan bueno como la novela de Jack Finney La carta de amor”. Y precisamente La carta de amor –relato, que no novela, publicado por primera vez en The Saturday Evening Post en 1959, ignoro si el fallo es de Otsuichi o de la traductora– contiene una frase que viene muy al caso para comentar el tomito editado por Glénat: “Estoy seguro que lo que pasó no hubiese pasado en absoluto si me hubiese sentido de otro modo”.
La carta de amor narra la extraña comunicación que se establece entre Jake Belknap, un joven soltero de 24 años que vive en el Brooklyn de 1959 y una tal señorita Helen Elizabeth Worley, habitante también de Brooklyn pero en la década de 1880. La relación entre ambos se produce mediante el escritorio adquirido por Belknap en una tienda de antigüedades, el mismo que perteneció a Helen casi ochenta años antes. Escondida en un compartimiento secreto, Belknap halla una vieja carta de amor fechada el 14 de mayo de 1882 y escrita al aire por la señorita en cuestión que él, embargado por una extraña y algo ominosa sensación, se decide a contestar formalmente, esto es, echando la respuesta al correo.
Y he aquí que no hay más motivación que el impulso de hacerlo, un sentimiento sin explicación, lo que, en una fantasía menos sutil, correspondería a un encantamiento. Dice también Finney –quien, por cierto y para el que no lo sepa, es el autor de la estupenda novela Los ladrones de cuerpos, la misma que ha generado una ristra de adaptaciones cinematográficas–: “La noche es un periodo extraño; las cosas son distintas de noche, como todo ser humano sabe muy dentro de sí”. Obviamente, la carta de Belknap acabará en manos de Helen, y aquel encontrará un segundo cajón secreto y una nueva carta, y... pero mejor se leen el cuento, ¿no?
Pues bien, lo que quería decir es que Calling you no puede explicarse –ni disfrutarse– sin ese mismo sentimiento inexplicable, esa suspensión de la credibilidad que en este caso toma la forma de anhelo adolescente: una chica, Ryô, estudiante de instituto, que carece de móvil y soporta una especie de exclusión social por parte de sus compañeros se obsesiona con tener uno, y lo imagina con tanto detalle que acaba contactando mentalmente –vía “telefónica”– con una mujer, Harada, y con otro chico, Nozaki, todos separados temporalmente entre sí.
La noche aquí, el periodo extraño de Finney, no es otro que la adolescencia, y el personaje de Otsuichi raya la oscuridad. Como le confiesa a Nozaki: “La verdad es que odio mi voz. Me pone enferma, no puedo oírla. ¡Tanto que me rajaría la garganta si pudiera!”. Nozaki, como cabe esperar, tratará de levantar el ánimo de Ryô, pero el final de Calling you juega con lo inesperado y el manga –apoyado en los bellos dibujos de Hiro Kiyohara– acaba funcionando como retrato de la deriva de una generación hipercomunicada.
Javier Fernández