29 junio 2010

CUATRO VECES BUENO

Título: DOS VECES BREVE Nº 21
Autor: VV. AA.
Editorial: ARIADNA EDITORIAL
Páginas: 50
PVP: 5,95 €

El caso es que estaba yo releyéndome el Dinero de Miguel Brieva, luego de haber cruzado el charco para volver a mi casa mexicana, esto es, con veinticuatro horas de vuelos y escalas en el cuerpo y un lapso de siete echadas al limbo del cambio horario, cuando me ha entrado un no sé qué, un sentimiento patrio que, les aseguro, nada tiene que ver con la fiebre mundialista, y sí quizá algo con mi reciente e intenso paseo de tres semanas por el terruño. Se trata del convencimiento que me embarga cada cierto tiempo de que nuestra historieta, pálida y moribunda como está, posee en su conjunto tal grado de extrañeza, singularidad y desesperación que merece la consideración de verdadera joya dentro del concierto general Los nuestros son francotiradores en una guerra perdida de antemano, devotos de la narrativa gráfica que llevan en su ADN la sospecha de una y mil oportunidades perdidas para el tebeo. Me decía hace unos días Raúl, esa bestia de la historieta resistente que hace ya demasiado se marchó al más remunerado campo de la ilustración, que quizá sea hora de echar definitivamente la persiana de las viñetas en nuestro país. Y a él se lo había dicho nada menos que Carlos Giménez en una tertulia plagada de pilares del tebeo español o, dicho de otro modo, de amigos reunidos en el bar. Me dijo también, y perdonen que me ande por las ramas, que Víctor de la Fuente está ahora inactivo, y esto es un crimen, es un crimen, pero no nos engañemos es sólo un ejemplo de la interminable lista. Pasa que el tebeo se ha quedado para los románticos, para los que nada esperan, menos aún un salario. Es un oficio de poetas, de funambulistas, de insensatos. Aunque claro, parafraseo a Raúl, luego les ponen delante una viñeta de Breccia o de Alex Raymond y se les encienden los ojos como a niños. Hablando de insensatos, conozco a pocos que lo sean tanto como Vicente Galadí. Lo conozco desde hace más de dos décadas, desde los tiempos de las Jornadas del Cómic en Córdoba, la Colección Imposible de Joan Navarro o el Rumbo Sur de Tabernero. Trabajamos juntos en el fanzine Voz en Off, aprendiendo a maquetar y a soltarnos en eso del diseño. Y el tipo ya estaba como las maracas de Machín. Se relamía de gusto con la escuela frango-belga y le iba, entre otras cosas, el underground español. Con todo, era aplicado y si había que leerse tal tebeo gringo de superhéroes, iba y se lo leía. Se leía cualquier cosa que pudiese considerarse significativa y acabó militando en la defensa activa del cómic español. Se metió a editor y hace ocho años creó Dos veces breve, ese excitante espacio contracorriente, abierto especialmente a los nuevos valores, la jóvenes promesas, que se sostiene con brillantez en el alambre de la apatía circundante. Le acaban de conceder el premio a la Mejor Revista de 2009 en el pasado Saló del Cómic de Barcelona, la distinción más importante a la que se puede aspirar en nuestro país. Sé que anda cansado, pues el altruismo agota, quema, y sin embargo, personas como él son los que mantienen el sueño del tebeo, los que permiten que la función continúe. Y ojalá no se detenga nunca. En suma, Vicente, gracias.

Javier Fernández

07 junio 2010

EL CRONISTA DE CHILANGOLANDIA

Título: LA FAMILIA BURRÓN
Autor: GABRIEL VARGAS
Editorial: PORRÚA
Páginas: 408
PVP: 130 pesos

Como suele suceder en estos tiempos de globalización, los objetos culturales considerados minoritarios, y entiéndase con ello una infinita galaxia de discursos regionales y propuestas que no participan de la inelasticidad de lo dominante, esto es, que tienen un sabor distinto, permanecen mayormente ocultos por la imparable y severa poda del mercado, siempre empeñado en la confluencia y absorción de las miradas. Con todo, son precisamente los medios globales los que nos permiten el acceso a las realidades lejanas, vean si no: escribo desde el otro lado del Atlántico de uno de los hitos de la historieta mexicana que, a Dios gracias, puede adquirise hoy, vía internet, en cualquier parte del mundo. Sí, mucho se ha escrito sobre esta ambivalencia. ¿Por qué comenzar citándola? Quién sabe, debe ser que estoy cansado, aburrido de tanta y tanta gruesa basura. Discúlpenme ustedes.
El caso es que se ha muerto Gabriel Vargas, que para el ciento de los nacidos en la piel de toro suena a intérprete de rancheras, pero no. Vargas se cuenta entre los cronistas mayores de Ciudad de México, chilangolandia, el DF, defecal o defectuoso, como dicen aquí en Jalisco, esa megaurbe pasmosa y electrizante, poderosa y atrayente como ninguna otra polis del planeta. El sujeto en cuestión nació en provincias, en Tulacingo, en 1915, y fue uno de la turba que, contraveniendo los propósitos de la Revolución, se encontró muy pronto emigrado en la capital de la república. Millón y medio habitaba los alrededores del Zócalo a principios de la década de 1940; veinti-¿cuántos? millones conforman su enjambre actual. Esta es la locura de la ciudad-nación.
Pero ¿quién es, quién fue Gabriel Vargas, muerto el pasado 25 de mayo de complicaciones cardiovasculares, poco antes de alcanzar su propio siglo? Pregúntenle a sus estudiosos: “El Cervantes de la historieta mexicana”, “un caricaturista chipocludo”, no, la palabra no está en el DRAE, pero eso no implica que no signifique. Pregúntenle, por ejemplo a Carlos Monsiváis: “Al irse extinguiendo la dimensión social de la Revolución Mexicana y fortalecerse el capitalismo salvaje, Vargas es uno de los forjadores del espíritu que, a distancia crítica, observa las celebraciones de la corrupción, el ascenso de las clases medias y la modernidad selectiva”.
Yo, por mi parte, les diré que Vargas es el artífice de La familia Burrón, un largo relato de 1616 capítulos comenzado a dibujarse en 1948 y terminado, que no acabado, el 26 de agosto de 2009. Si busco un equivalente se me viene a la cabeza la escuela Bruguera, el Carpanta de Escobar, pero a qué engañarnos, no hay símil que valga la historieta española, por lo largo, por lo coral, por lo consciente. Parece y es un tebeo para niños, pero no es menos la crónica social, la reflexión en voz común y la composición de un imaginario popular. Lo he dicho, de la ciudad de ciudades, de uno de los logros y las bestias del ser humano. Esa que tanto asusta de Tijuana para arriba.

Javier Fernández

02 junio 2010

DEMASIADAS RESPUESTAS

Y bueno, se acabó Lost. Qué les voy a contar que ustedes no sepan. Se terminó uno de los seriales televisivos de referencia de la industria del entretenimiento. Sí, sí, lo echaremos de menos, qué duda cabe, nos ha tenido pegados al aparato durante seis temporadas, absortos ante el alarde narrativo, pendientes de mil teorías acerca del significado de los símbolos y misterios de la dichosa isla, expectantes por la suerte de un puñado de personajes a los que hemos aprendido a amar, y a odiar, episodio tras episodio.
Y terminó el asunto de aquella manera, fiel al estilo de la más pura telenovela, con besos y abrazos y encuentros y reencuentros, y hasta en una iglesia, como La dama de rosa, pero sin boda, en el ejemplo más artero de la autocomplacencia del que se sabe observado por millones de fanáticos a los que hay que entregar su ración de pastel. Se tiene la sensación de que llegados al final, la serie dejó de mirar hacia delante y se miró a sí misma el ombligo, no sé si me explico, como le sucedió al señor Lucas cuando tuvo a bien cargarse de un plumazo todo lo que de divertido había en La guerra de las galaxias y se inventó el otro engendro, la precuela, lectura deformada y deformante de la primera trilogía, explicativa por que sí. Aunque se podría argumentar que no, que puestos a mirar al frente, Lost ha superado cualquier precedente. Y es que alguien tuvo la idea definitiva: no bastaba con contar la conclusión de las peripecias, había que iluminar al personal. Puestos a dar respuestas, qué mejor que contestar La Pregunta: ¿hay vida después de la muerte? Ya te digo si la hay: la luz es buena, la oscuridad es mala; levantemos el corazón, lo tenemos levantado hacia..., etcétera. Claro, que aún no hemos cruzado el umbral, a lo mejor va a resultar que estas son las mentes preclaras de nuestra era y cuando esperemos sentados en la banca el ingreso a lo que sigue nos encontremos diciéndole al de al lado: anda, como en Lost. Fundido en blanco. Entretanto, déjenme mi escepticismo. Y en todo caso, qué remedio, admito, tolero al que se enmpeña en convencerme de su propia y dogmática creencia, de aquello de lo que se está realmente convencido, pero no este gazpacho de espiritualidad de supermercado, tan gringa, tan del punto medio, tan de la nueva era. Una espiritualidad del entretenimiento.
No me digan que no se dieron cuenta de que la cosa tenía fácil arreglo: final feliz en la realidad alternativa, tragedia en la realidad real, quizá el hundimiento de la isla y con él sus misterios. Desmond, la constante, posibilitando el recuerdo de otra vida en la conciencia de los que aterrizaron en LAX tras la fractura creada por la bomba. Sí y no, todo en uno. Aunque, claro, asumir un final hubiese sido asumir que Lost es sólo una historia entre tantas y había que ponerle mayúsculas. Responderlo todo para no responder nada. Y digo yo, ¿cuál era la pregunta?

Javier Fernández

01 junio 2010

LA MORADA DEL TRUENO

Título: El Capitán Trueno: El Último Combate
Fecha de edición: marzo de 2010
Autores: Ricard Ferrándiz y Joan Boix.
Formato: Libro cartoné, 128 páginas a color
PVP: 15€

Este breve comentario es un tremendo SPOILER de la nueva aventura de EL CAPITAN TRUENO:EL ÚLTIMO COMBATE. Me ha llamado la atención, centrándome exclusivamente en el desenlace de la historia, como el protagonista se confirma como el equivalente a una encarnación patria de mitos con reminiscencias artúricas, en este caso a través de su propia muerte.
Ya en sus inicios, Trueno compartía semejanzas evidentes con El Príncipe Valiente y en sus aventuras iniciales algún grial tenía una presencia destacada en las cruzadas de las que participaba, así que la senda que toma en su último viaje se me antoja coherente y más que correcta.
Mortalmente herido tras un combate en Montsegur, el buen capitán muere en los brazos de Esclarmonda de Foix, guardiana del Grial de la mitología occitana (aunque él en su agonía la toma por Sigrid, fallecida tiempo atrás), y su fiel compañero Goliat transporta en brazos su rejuvenecido cadáver para depositarlo en el Lago de los Druidas (al parecer un lugar real, también conocido como la morada del trueno), dentro de un círculo protector, por indicación de esta dama mágica, donde las aguas congeladas se cierran para guardar el cuerpo del héroe, posiblemente hasta que su destino lo reclame para asistir a su tierra en el momento de mayor necesidad, tal y como el Rey Arturo espera en Avalon o el Capitán América duerme en el ártico tras su caída en los estertores de la segunda guerra mundial.
Me gustaría que la resurrección del Capitán Trueno fuera acompañada de una renovación total en sus argumentos e imágenes que lo transportaran con éxito y merecida dignidad al siglo XXI. De momento sólo es un sueño, y el capitán duerme el sueño de los justos y las leyendas.

J.A.Santiago