Título: EL BORRÓN
Autor: TOM NEELY
Editorial: LA CÚPULA
Páginas: 196
PVP: 15 €
Para la obtención de su maestría en Bellas Artes en San Francisco, Tom Neely (Paris, Texas, 1975), presenta una cincuentena de cuadros de similares características: “por ejemplo, una copia de Rembradt pero con monos y conejitos en lugar de personas”. Los cuadros son, en esencia, enormes viñetas de cómic pobladas por cartoons antropomórficos, y estos mismos seres son los que protagonizarán los tres números del minicómic Aminals, la primera publicación de Neely, iniciada en 2000. Los años de estudio le han provocado tal cansancio, respecto del mundo del arte, que Neely abandona su carrera de pintor y comienza a trabajar como animador informático, primero como asalariado de Disney Online, haciendo animaciones flash e ilustraciones para algunos de sus sitios web, siempre siguiendo el estricto libro de estilo de la empresa, y luego como freelance.
Acabada la experiencia de Aminals, Neely se propone crear un personaje anónimo, un hombre corriente, que sirva como nexo entre sus propias vivencias y las del lector. De modo que, usando este motivo, inicia su nueva serie de cuadros. Y, para liberarse de la rigidez del proceso pictórico, Neely vierte tinta, a la manera de Pollock, sobre el área superior de cada uno de los cuadros terminados, lo que añade un factor conceptual, toda vez que abstracto, cuya naturaleza es azarosa. Luego observa las narraciones contenidas en estas pinturas y, a partir de ellas, escribe una serie de relatos que serán la base de El borrón, su primera novela gráfica.
Iniciada en 2005, El borrón surge no sólo como prolongación natural del trabajo de Neely hasta la fecha sino también como catarsis frente a un periodo personal difícil y oscuro. El guión enlaza los relatos antes mencionados con elementos autobiográficos para construir una historia de interpretación abierta, una meditación íntima acerca del amor y la alienación, de la lucha contra el entorno y contra los miedos propios, una historia de integración y desintegración que guarda relación formal directa con el adiestramiento pictórico de Neely –particularmente en el empleo continuo del silencio, la tinta derramada directamente en la página, la aparición de leves pero significativas notas de color, los homenajes plásticos encubiertos y el recurso esteticista de las splash pages– así como con su labor en el campo de la animación –algo que queda patente en el soberbio storytelling de toda la obra, que propone una lectura lenta, asentada fundamentalmente en el ritmo.
En Estados Unidos, El borrón estuvo a punto de ser publicado por Top Shelf, pero Neely se decantó finalmente por la autoedición para disponer de control absoluto sobre la factura del libro. Se alzó con el premio Ignatz en 2007 al mejor nuevo talento y así ha de ser entendido, como el inicio de una carrera prometedora y, a la vez, la culminación de un proceso formativo heterodoxo y enriquecedor.
Javier Fernández
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