26 diciembre 2009

EL CUADERNO FILOSOFAL (2)

Título: DEATH NOTE 13
Autor: TSUGUMI OHBA Y TAKESHI OBATA
Editorial: GLÉNAT
Páginas: 280
PVP: 15 €

¿Por dónde íbamos? Ah, sí, Light Yagami se encuentra el cuaderno de un shinigami –personificación japonesa de la muerte– que resulta ser algo así como el arma definitiva: si se escribe en él el nombre y se visualiza el rostro de una persona, esta muere automáticamente. La forma de morir y las circunstancias del fallecimiento dependen de una interminable ristra de reglas asociadas con el cuaderno de muerte, el death note, que determinan el desarrollo de la trama y los diversos giros argumentales a los que me referiré más adelante.
El asesinato sistemático de delincuentes por parte de Kira –personalidad secreta adoptada por Light– desencadena primero el miedo de la población y luego una especie de culto a la figura mesiánica, elevada internacionalmente al altar de lo divino, que está comprometido con el destierro de la maldad del mundo. Pero a esta utopía de tintes adolescentes se opondrán –gracias a Dios, uy, perdón– al menos tres aspectos de la historia ideada por Tsugumi Ohba, o mejor consideremos cuatro. El primero de ellos es la personalidad del propio Light, un niñato pagado de sí mismo que se autopropone como epítome de las excelencias de la raza humana y que, dicho sea sin acritud, resulta el protagonista más cargante y antiempático que recuerdo. Bien es cierto que la genialidad, siempre ad hoc, de Light le salva continuamente de las distintas trampas pergeñadas por las fuerzas del orden, pero no es menos cierto que su chulería y suficiencia son las que le fuerzan de modo invariable al tiento, al reto permanente, puesto que lo que sin duda le pone es demostrar al lector que es más listo que nadie. El retrato psicológico del personaje se completa –sé que esto no viene a cuento de lo anterior pero no quería dejar de mencionarlo– con una misoginia fomentada por las escasas féminas de la serie, sandias redomadas que apenas cumplen a la trama la escatológica función de estar permanentemente en celo, dispuestas a cumplir la voluntad del guaperas alfa en virtud de una especie de casto y devoto masoquismo emocional.
También los shinigami, aparentes aliados de los poseedores terrenales de los distintos cuadernos, se interponen entre Kira y su utopía, toda vez que su simpleza mental y su aparente inacción han de ocultar unas motivaciones propias al margen de lo humano, seguramente perversas. Y las ocultan, qué duda cabe. Para el que no conozca la serie, añado que los shinigami de Death Note son un cruce entre el Marlon Brando motorista y pandillero y el indio de Alguien voló sobre el nido del cuco, con su poquita de roña. Obviamente, el tercer elemento serían las citadas fuerzas del orden, dirigidas por el mísmisimo padre de Light Yagami, quien desconoce los extraños hobbies de su hijo; sobre estos agentes, padre incluido, poco hay que decir salvo que su coeficiente intelectual difícilmente alcanzaría el estándar de normalidad estadística. Pero ya seguiremos con esto.

Javier Fernández

20 diciembre 2009

EL CUADERNO FILOSOFAL (1)

Título: DEATH NOTE 13
Autor: TSUGUMI OHBA Y TAKESHI OBATA
Editorial: GLÉNAT
Páginas: 280
PVP: 15 €

Fue mi querido amigo Luis quien me avisó de la existencia de Death Note, hará un par de años, después de que este hubiese visto unos cuantos episodios del anime que adaptaba el manga original. No es que su recomendación fuese particularmente encendida pero hizo hincapié en lo adictivo de la trama y en lo atractivo de los personajes centrales del invento, síntomas inequívocos de esa clase de fenómenos comerciales a los que, por un motivo u otro, casi siempre vale pena asomarse.
Y compulsivo como soy, allá que fui y me hice de una buena vez con los doce tomitos editados por Glénat –todo sea dicho, era aquella una época de vacas gordas–, la estupenda firma dirigida por Joan Navarro. Comencé la lectura con convicción, cuatrocientas o quinientas páginas al día durante un par de jornadas de asueto, hasta que los aburridos vericuetos de los volúmenes centrales acabaron por expulsarme de la serie y, confesémoslo, me hicieron sentir un poco estafado. Pero como resulta que también soy metódico, el mes pasado, coincidiendo con la publicación de Death Note 13, subtitulado explícitamente Guía de lectura, me armé de valor y recomencé la tarea, dispuesto a llegar al final de este tebeo generacional que tanta bibliografía y mercadeo está generando. Pues, antes que nada, Death Note es una máquina de hacer dinero, una franquicia nacida del manga editado en la revista Shonen Jump entre finales de 2003 y mediados de 2006 y que abarca no sólo el anime de Tetsuro Araki antes citado sino tres filmes japoneses de imagen real, un buen número de sumplementos impresos –entre exégesis, libros de ilustraciones y pastiches–, infinitos muñequitos, videojuegos y hasta el anuncio de una producción hollywoodiense. Si hacemos caso al oráculo de Jimmy Wales, y por dar una cifra inicial: “En junio de 2008, [sólo] el manga había logrado vender más de veintiseis millones de copias en Japón”.
Death Note, para el que no lo sepa aún, relata la existencia en nuestro mundo de unos cuadernos capaces de provocar la muerte de todo aquel cuyo nombre haya sido escrito en sus páginas siempre que el poseedor de la libreta visualice el rostro de la persona a la que desea fulminar. El protagonista, Light Yagami, un estudiante japonés atractivo e inteligente hasta sobrepasar lo fantasioso, se hace por casualidad con uno de ellos y descubre que los cuadernos en cuestión están ligados a los shinigami o dioses de la muerte según la mitología japonesa –monstruos tradicionales que parecen estar viviendo una segunda juventud gracias a la iconografía contemporánea del manga–. Seducido por el poder del mortífero instrumento, Light asume la personalidad de Kira –deformación fonética del inglés killer, asesino–, y decide dedicar su tiempo a eliminar a todos los criminales de la faz de la tierra como medio para auspiciar una sociedad utópica carente de malhechores. Y es entonces cuando... vaya, se acabó el espacio por hoy.

Javier Fernández

13 diciembre 2009

EL REINO DE LAS SOMBRAS

Título: THE CHRONICLES OF KULL. VOL. 1
Autor: THOMAS, CONWAY, WRIGHTSON, SEVERIN, ETC.
Editorial: DARK HORSE
Páginas: 232
PVP: 18,95 $

Creado en 1928 por el escritor texano Robert E. Howard y alumbrado públicamente en agosto de 1929 en las páginas de la revista Weird Tales, el rey Kull de Valusia debe gran parte de su popularidad actual al éxito de otra de las felices invenciones de su autor, me refiero, cómo no al cimmerio Conan, con quien comparte un cierto sabor ornamental. Y el que ambos, todo sea dicho, permanezcan en el imaginario ocho décadas después de su folletinesco origen ha de achacarse al esfuerzo personal del guionista Roy Thomas, impulsor artístico y administrativo del extenso periplo de los dos bárbaros –así como de otros singulares personajes howardianos como Solomon Kane o la más líbremente versioneada Red Sonja– en el seno del gigante editorial llamado Marvel.
Fue durante la década de 1970 que Thomas tuvo la feliz y lucrativa ocurrencia de rescatar aquellas excesivas y sanguinolentas historias y emparentarlas estética y narrativamente con el universo de los superhéroes de Stan Lee, dotándolas de una coherencia muy al uso en Marvel. El resultado del pastiche fluctuó desde lo brillante hasta lo infumable –especialmente una vez Thomas hubo abandonado el barco– aunque visto en perspectiva no se puede negar que la operación fue afortunada: nos quedan unos cuantos tebeos dignos y una sabrosa franquicia creativa que continúa aún hoy su camino, ya lejos de la enmohecida editorial de Spiderman. Dark Horse, la actual poseedora de los derechos del grueso de licencias que atañen a los escritos de Howard, viene deleitando a los aficionados con todo un arsenal de versiones y revisiones de nuevo cuño pero también, paradójicamente, ha incorporado a su catálogo, mediante cumplidas reediciones, el fondo que antes publicó la propia Marvel.
Siguiendo esta política de rentabilización de un capital estético que había quedado huérfano, y coincidiendo con los ochenta años de la creación del personaje, ve la luz ahora el primero de los cinco volúmenes de The Chronicles of Kull, recopilación de las historietas a color del bárbaro atlante devenido en monarca en títulos como Creatures on the Loose!, Conan the Barbarian, Monster on the Prowl, Kull the Conqueror o Kull the Destroyer, esto es, un plan editorial similar al que en España ya pudimos disfrutar hace años gracias a la perspicacia del añorado Manuel Barrero.
El tomo en cuestión abarca todos los títulos citados menos el último, pues se detiene en el núm. 9 de la primera etapa de Kull the Conqueror (julio de 1973), escrita mayormente por Thomas y Gerry Conway. Una verdadera fiesta para los sentidos: Bernie Wrighston, Ross Andru –embellecido por Wally Wood– y, sobre todo, el binomio Marie y John Severin ilustran con belleza clásica e inusual las andanzas del más poético y metatextual de los bárbaros del cómic, un usurpador empeñado en rasgar con su espada el velo de los simulacros y falsedades que componen la corte de Valusia mientras se pregunta, melancólicamente, si es que acaso él mismo es real.

Javier Fernández

07 diciembre 2009

¡¡ESTOS CABRONES HAN VUELTO!! (2)

Título: KILLER TOONS 2.0
Autor: VARIOS AUTORES
Editorial: EDICIONES CANALLAS
Páginas: 80
PVP: 6 €

Continúo allí donde se quedó inconcluso el repaso por el contenido de este Killer resurrecto, esto es, en el comentario a la historieta El caso del pintamonas. Su perpetrador, El Juan Pérez, gusta habitualmente de la abstracción, y su mundo creativo es de una irrealidad de apariencia simple pero cargada de elegancia e ironía. Aquí, sin embargo, hay un manido argumento y una irregular atmósfera estética que no permiten el disfrute completo de este tierno y genial maestro del absurdo.
Zonum, otro de los malotes de la película, nos regala la ferial contraportada y La furia del Dragón Rojo, un lisérgico tour de force de 25 páginas dedicado, nada más y nada menos, que a Steranko, Frank Miller y John Carpenter. El estilo de Zonum, puntillista y fanzinero donde los haya, bebe del tebeo de superhéroes y de la escuela Bruguera, y no conoce la contención, hasta el punto de resultar extenuante y confuso, máxime cuando el guión no es sino una sucesión de alaridos narrativos al servicio del delirio gráfico, una colección de cargantes splash pages que, con todo, no ocultan un enorme talento que saldría beneficiado de cierto orden y previsión.
Harina de otro costal es Negro Vita. Las cuatro páginas de Raúlo, el otro vástago del clan de los Cáceres, son, con diferencia, lo mejor de este alegre retorno. Raúlo ofrece una historieta negra y perversa conforme a su acostumbrada poética, hermosamente ilustrada y dotada de un ritmo frenético. La composición de página y el acabado, aún tratándose de una pieza corta desempolvada del cajón de los descartes, nos habla de un autor visionario y profesional en el mejor sentido de la palabra. Asomarse al universo de Raúlo es asomarse a una truculenta –y muy a menudo gozosa– visión de la vida, en la que lo no hay sitio para el orden establecido y en donde el libertinaje pide a gritos ser considerado parte del denostado y maltratado patrimonio de la libertad. Guste más o menos –y a mí me encanta–, Raúlo es un dibujante acostumbrado a los grandes retos, fogueado en el mercado pornográfico y en el independiente norteamericano y denota estar dispuesto para logros mayores. Tiempo al tiempo.
No quisiera terminar mis comentarios sin confesar admiración por el colectivo que compone el Killer Toons, unos tipos dispuestos a dejarse la pasta propia por algo en lo que creen ciegamente y a los que el paso del tiempo ha encontrado con las mismas ganas de sana diversión y el empuje de unos auténticos chiquillos. Colaboraciones esporádicas de terceros aparte, en dicho colectivo cabe incluir –aunque sólo sea en calidad de socio honorífico– a Vicente Galadí, uno de los adalides del tebeo cordobés, valeroso editor de la meritoria Ariadna, metido altruistamente aquí, como en tantas otras ocasiones, en tareas de maquetación.
Killer Toons 2.0, con su ética de lo auténtico y su estética poliédrica y vocacional, retoma las cosas más o menos por donde se quedaron con el cierre de Killer Toons y no dudo que avanzarán por sí solas, correosa e inexorablemente, como un zombie desenterrado de su tumba. Ojito.

Javier Fernández