Título: EL HOMBRE DE ARENA
Autores: MAI PROL (guión) y FEDERICO DEL BARRIO (ilustraciones)
Editorial: EDICIONS DE PONENT
Páginas: 72
PVP: 20 €
Al hilo de la reciente publicación de El hombre de arena, la otra semana les escribí algunas notas sobre la vuelta a escena de Federico del Barrio o, mejor dicho, sobre el placer que me produce su retorno, luego de que el madrileño haya pasado los últimos años camuflado bajo diversos seudónimos y alejado de las candilejas. El caso es que repasando lo escrito he caído en la cuenta de que les hablé del pecador y apenas nada del pecado, esto es, del propio libro. Si leen habitualmente la sección, sabrán que no es raro que me vaya por las ramas. Y es cierto que a menudo doy por buena la digresión, pues de lo que mayormente se trata es de motivar a la lectura, de dar noticia, y para esto sirve cualquier estrategia. Sin embargo, en el caso que nos ocupa, siento que se quedó casi todo en el tintero, de modo que ahí va una segunda nota sobre El hombre de arena.
Con guión de Mai Prol e ilustraciones y diseño de Del Barrio, esta peculiar revisión del clásico relato de E.T.A. Hoffmann sobre simulacros y perversiones de la mirada se construye con la separación de los elementos narrativos que conforman el discurso y su posterior reunión, que no disolución, en el espacio de la página. Se podría discutir aquí si El hombre de arena de Prol y Del Barrio es un libro ilustrado por aquello de que el texto nunca invade los dibujos; yo lo considero simplemente un cómic. En mi opinión, aún cuando cada elemento ocupa un lugar fijo en el desarrollo de la adaptación, todos juntos forman el tejido compositivo de una extraordinaria colección de splash pages, de páginas dobles, necesariamente interrumpidas por el lomo. Son tres, los elementos, digo: signo, palabra e imagen. Los signos son las reproducciones, unas fieles, otras hermosamente deformadas, del Tarot de Marsella –del que, desde aquí, me declaro un ferviente enamorado, aunque no tanto del fraseo y el método interpretativo seguido por los autores–, que aportan la estructura y dividen el conjunto en jornadas constantes de dos páginas de extensión, las que siguen a los proemios.
Del lado izquierdo del lomo, la palabra titula cada sección y se refugia en pequeños fragmentos que recuentan paso a paso el misterioso argumento de Hoffmann. Y también salpica las cornisas del lado derecho, dominado por las ilustraciones de Del Barrio, visiones fugaces del mundo de pesadilla de Nathanael y compañía que materializan tal o cual aspecto del universo obsesivo y ambiguo de Der Sandmann, en especial su atmósfera pesada y gótica. El resultado es una obra bella y ambiciosa, milimétricamente diseñada, que absorbe al lector de principio a fin.
Y ahora pasaría con gusto a resumirles el argumento, pero ya ven que se trata de un clásico entre los clásicos. Si lo han leído, les sobrará mi resumen. Si no, aquí tienen una excelente oportunidad de descubrirlo. Lo harán de la mano de un lenguaje mestizo y moderno que se antoja inagotable.
Javier Fernández
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