20 diciembre 2010

NOTICIAS DESDE LA CUMBRE

Título: Y. CHALAND OBRA COMPLETA, 1
Autores: YVES CHALAND y YANN LEPENNETIER
Editorial: GLÉNAT
Páginas: 136
PVP: 25 €

Alumbrado en 1981, Freddy Lombard pasa por ser uno de los personajes más interesantes y representativos de la Bande Desinée de la década de los ochenta. Representativo, digo, por la gracia y obra de su creador, el genial Yves Chaland (Lyon 1957-1990), nombre propio y tardío de la segunda hornada de dibujantes de la Klare Lijn, en palabras de Joost Swarte, o línea clara, como se dice en lengua vernácula al estilo gráfico por excelencia de la historieta francobelga. Un estilo que, según el Diccionario del cómic editado por Larousse en 1994, tiene en Hergé a su iniciador y se caracteriza por un dibujo depurado, de trazo lineal continuo, profusa angulosidad y rechazo de toda sombra o volumen “susceptible de alterar la legibilidad del conjunto”, pero que, como todo buen lector de cómic sabe, y ya dejó claro y por escrito Eduardo García Sánchez (véase U, núm. 21, septiembre de 2000), consiste sencillamente en recrear una fuente de inspiración común: Jacobs, Hergé, Franquin, Jijé…, esto es, la historieta francobelga de posguerra y, por extensión, la literatura francesa infantil y juvenil desde finales del siglo XIX hasta la segunda guerra mundial, de la que aquella toma motivos y argumentos.
E interesante, les decía, porque Chaland lo es, lo fue siempre. Comenzando, por ejemplo, con aquellos rudimentarios y desatinados, pero eclécticos y voluntariosos trabajos para Métal Hurlant recopilados más tarde en Captivant (1979); continuando con su impagable visión satírica de la Francia en ruinas o, mejor dicho, de los franceses que emergen de las ruinas del conflicto bélico en Albertito (Le jeune Albert, recopilado en álbum en 1993); y terminando, ay, con su malogrado Spirou (Coeurs d’acier, 1982). Y es que no puedo imaginar un enlace más importante en el cómic europeo que este: Spirou-Chaland, Chaland-Spirou, llamado a configurar una nueva era, un nuevo estándar, similar y distinto al que involuntariamente propiciase Jijé en 1946 al poner el destino del botones por antonomasia y su ardilla en manos de un imberbe André Franquin. ¿Creen que exagero? Ah, pero por fortuna nos queda Freddy Lombard. Quizá no para el gran público –y esta habría sido la ventaja de Spirou–, pero sí para todo el que quiera darse por enterado.
Porque Freddy, Lombard como la editorial de Le Journal de Tintin, el magazine iniciado también, y precisamente, en 1946, es el Spirou posmoderno. Dice García Sánchez en el U que ya les cité: “Freddy, soñador y entusiasta, recuerda al botones belga; Sweep, pragmático y algo bruto, es un trasunto de Fantasio y su peinado imposible; y Dina, como la ardilla Spip, es la voz de la razón”. Un sugestivo trío que vaga por el mundo en busca de aventuras, sí, pero sin un duro en el bolsillo, consciente –hasta donde puede serlo un tebeo juvenil– de que lo primordial es, precisamente, encontrar el pan nuestro de cada día. O, mejor dicho, un trío que vaga por el mundo, y punto. La aventura viene después. Siempre casual, siempre inesperada.

Javier Fernández

13 diciembre 2010

SCOTT PILGRIM CONTRA EL MUNDO



Título: SCOTT PILGRIM (seis volúmenes)
Autores: BRIAN LEE O’MALLEY
Editorial: RANDOM HOUSE MONDADORI
Páginas: 192
PVP: 8,50 €

Me dice un amigo, entendido y enterado, que qué hago leyendo Scott Pilgrim, pero no es verdad que lo esté leyendo: ya lo he leído. Y no diré de una sentada porque son seis tomos y cada uno de ellos ronda las doscientas páginas, menos el último, que es más tocho, y claro está que tiene uno que vivir de vez en cuando, salir, relacionarse, por no hablar –está feo– de las necesidades fisiológicas. Dicho lo cual, ahora sí, confieso que me hubiese gustado hacerlo. Lo de leerlo de un tirón, ya me entienden. ¿Queda claro que me gusta Scott Pilgrim? Sí, me gusta Scott Pilgrim. Mola mucho. Pero mucho, mucho.
En puridad, y según yo –que diría un mexicano–, mola más al principio que al final, o, mejor dicho, el interés va decreciendo ligera y paulatinamente conforme avanza la serie, entendiendo por interés la frescura, lo impredecible, lo oblicuo, que, para mí, tiene que ver menos con la anécdota narrativa que con el retrato generacional, con la melancolía, la infinite sadness del tercer volumen. Y si digo “según yo” es porque a otro puede que le parezca lo contrario. Que lo que realmente le ponga de Scott Pilgrim sean las sucesivas peleas del protagonista con los siete ex novios malvados de su nueva novia, o la ocurrencia de traer al tebeo motivos tomados de los videojuegos y recursos narrativos del manga, que todo esto está muy bien y tiene su punto, qué duda cabe, pero, insisto, me gusta más cuando el enemigo es el mundo, y no un villano hortera y despechado.
Lo bueno es que la serie dura poco y tampoco hay que lamentar ningún descalabro, todo lo contrario, bien mirado, es sorprendente que el conjunto mantenga el buen nivel luego de los seis años que van del primer al último tomo. Máxime si se tiene en cuenta que el tipo que comenzó el asunto, Bryan Lee O’Malley (London, Ontario, 1979) en 2004, y el que lo terminó, Bryan Lee O’Malley (London, Ontario, 1979), son dos artistas bien distintos. El segundo de ellos –para no liarnos, se trata del primero con seis años más– tiene una agilidad narrativa sobresaliente, un evidente dominio de su propio estilo, bastante experiencia en el uso de los medios digitales, precisión en el entintado y no pocas ganas de llegar a la pantalla final. El otro, el primer O’Malley, aun limitado en recursos, ha pulsado la tecla correcta, y eso se nota en el entusiasmo, en el descaro, en el arte de hacer arte de la propia inseguridad, en la poco disimulada voluntad de ajustar cuentas con lo vivido. En esas cosas, en fin, que le sobran a uno cuando empieza y comienzan a escasear poco después.
Me pregunta otro amigo si no creo que Scott Pilgrim es un tebeo para teenagers. Ahí quería yo llegar. Pues claro que sí, para teenagers, como la música de Elvis, los tebeos de la EC o la literatura de Mark Twain. ¿Pero es que todavía quedan adultos? Tranquilo, ya crecerán.

Javier Fernández