Y no es que el resto de los ganadores ax aequo sean tipos cualesquiera, no. Hay entre ellos nombres propios del tebeo estadounidense como Burne Hogarth (1911-1996), el excelso dibujante que nos deleitó a todos con su imperecedera versión de Tarzán, y Bob Montana (1920-1975), nada menos que el creador gráfico de Archie. Vean que, en ambos casos, el premio fue concedido directamente por el jurado. Pero ojo, los otros tres que junto a Steve Gerber (1947-2008) se alzaron con el premio por votación popular también tienen lo suyo. Mort Weisinger (1915-1978), escritor y editor, dirigió las riendas de Supermán durante buena parte de las décadas de 1950 y 1960; el recientemente fallecido Dick Giordano (1932-2010), recordado por sus dibujos y sus hermosas tintas, ejerció de alto ejecutivo de DC durante casi una década; y Mike Kaluta (1947), el único vivo de los seis, es un elegante ilustrador y un dibujante delicado, no demasiado prolífico, pero sí suficientemente apreciable.
Puestos en el mismo saco que todos ellos o, mejor aún, del centenar largo de integrantes actuales del Salón de la Fama, se podría argumentar que la aportación de Gerber al medio es más bien modesta. Que básicamente fue un escritor de superhéroes sin éxito comercial, un guionista de culto más recordado por su vena ácida y sus continuos problemas legales con Marvel que por sus propias historias. Yo, sin embargo, lo considero de otro modo, y es por eso que me felicito de que el tiempo le esté concediendo el crédito que mereció en vida. En mi opinión, Gerber fue un autor oblicuo e inesperado, original, incisivo y penetrante, un adelantado a su tiempo. Y la suya es una voz singular de la moderna industria del cómic-book. Firmó trabajos tan fenomenales como Man-Thing, The Defenders, Omega o Countdown to Mistery, pero también Void Indigo, Nevada, Hard Time o el propio pato Howard. Tebeos todos ellos inclasificables que, en conjunto, se erigen como una suerte de expresión íntima, un comentario valiente y personal sobre las transformaciones culturales, políticas y sociales recientes de Estados Unidos. Sólo por esto, está sobradamente justificado su ingreso en el Salón de la Fama; pero es que, además, su cruzada en favor de los derechos de autor –que lo condujo en última instancia a la bancarrota– lo señalan como precursor del tebeo independiente, de nuevo un adelantado, una especie de mártir necesario.
De modo que, ya les digo, hoy me siento feliz por Gerber –y hasta se me ha olvidado por un instante que hace ya más de dos años que no está con nosotros–. Por los otros cinco también, que conste, pero menos.
Javier Fernández
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