Hay pocas cosas que me gusten más que un buen tebeo de Conan. Supongo que el puñado de relatos de sus sangrientas y deleitosas andanzas escrito por Robert E. Howard es una de ellas. Y remarco lo de bueno, porque el antihéroe creado por el texano (1906-1936, sí, murió muy joven, lamentablemente se pegó un tiro, todo el mundo lo sabe) ha servido de excusa para detritos de la peor clase, como esa masa hipermusculada y sudorosa que deambulaba no hace mucho descuartizando a todo bicho viviente al grito de ¡Crom! por las cabeceras de algunos títulos Marvel de infame recuerdo o, mejor dicho, de ilustre olvido. Y verán que la perversión del personaje no es cosa exclusiva de los cómics. Rescato de la Wikiquote la siguiente cita de la película de John Millius (Conan el bárbaro, 1982) –por otra parte, entretenida–: “El valor te agrada Crom, concédeme pues una petición, concédeme la venganza, y si no me escuchas, ¡vete al infierno!”. O mejor esta otra: “¿Y tú, Conan, qué crees que es lo mejor de la vida?”; respuesta: “Aplastar enemigos, verlos destrozados y escuchar el lamento de sus mujeres”. Se le ponen a uno los pelos como escarpias, máxime si se tiene la imagen de Schwarzenegger en la cabeza. Lo que se dice un bestia.
Pero es que para ser un auténtico bestia, según el DRAE online, además de rudo se ha de ser ignorante. Y no es que Conan no sea rudo, que lo es –¡sólo faltaría!–, si no que a diferencia del gobernador de California –no me hagan caso, es una licencia poética–, el cimmerio tiene una personalidad compleja y hasta refinada, es astuto, romántico y apasionado, si bien, insisto, no se anda con chiquitas. Por no extenderme más en el asunto, les dejo aquí la definición del personaje que preparé para un glosario de superhéroes de la revista Quimera –las bastardillas son palabras del propio Howard– y otro día les hablo de los tebeos de Conan: “He aquí un bárbaro en toda regla, macizo y expeditivo, criado en las sombrías colinas de la norteña y pseudohistórica tierra de Cimmeria, land of Darkness and the Night, posterior al hundimiento de Atlantis y anterior en varios miles de años a nuestra era, que un buen día decide tomar el camino del Sur, según la leyenda, to tread the jeweled thrones of the Earth under his sandalled feet hasta obtener su propia corona luego de una homérica sucesión de espadazos, saqueos, matanzas y peripecias varias habitualmente relacionadas con sañudas bestias prehistóricas, oscuros nigromantes y hembras voluptuosas. Un salvaje, sí, a thief, a reaver, a slayer, pero con gigantic melancholies and gigantic mirth y una determinación alejandrina para resolver los nudos gordianos de esa civilizada máscara del poder que se llama moral. Precisamente la civilización es su agón, y ambos se embisten mutuamente con un ímpetu propio de amantes apasionados”. Ahí es nada.
Javier Fernández
15 junio 2009
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