01 diciembre 2008

A LA ALTURA DE GIGANTES

Título: LA EDUCACIÓN DE HOPEY GLASS

Autor: Jaime Hernández

Editorial: La Cúpula

Páginas: 130

PVP: 18 €

Seré sincero: escribir sobre Jaime Hernández en –aproximadamente– dos mil ochocientos caracteres es una tarea absurda. Son tantos los recuerdos, las ideas, las emociones, los calificativos que le vienen a uno de golpe a la cabeza que corre el riesgo de quedar bloqueado antes de posar los dedos sobre las teclas. (Dicho lo cual, tomo aire y comienzo.)


Al menos quiero dejar esto claro, no conozco ningún cómic mejor que los de Jaime. Y créanme si les digo que he leído decenas de miles. Conozco algunos igual de buenos como el Dick Tracy de Gould, el Popeye de Segar, el Krazy Kat de Herriman, el Little Nemo de McCay, el Príncipe Valiente de Foster, el Spirit de Eisner o, qué sé yo, el Terry y los piratas de Caniff, por citar sólo los más célebres. La comparación coloca al autor de La educación de Hopey Glass a la altura de gigantes. De los clásicos. Y verán, puede que alguno de ustedes piense que estoy exagerando, que me pierde la pasión. No negaré que me chiflan las aventuras de Maggie Chascarrillo, Hopey Glass y compañía, pero no es de eso de lo que les estoy hablando.


Hernández comparte con algunos de los indiscutibles maestros antes citados la capacidad de alcanzar el corazón del lector y conducirlo por una montaña rusa de emociones, a menudo sutiles, siempre sorprendentes, con la suficiencia de quien conoce a la perfección los sentimientos del común de los mortales. Pero si esto lo consigue, más allá de la extrema belleza de su línea, es porque domina las herramientas de su oficio, hasta tal punto que, como bastantes de los anteriormente dichos, ha introducido en el medio nuevos recursos formales, apoyándose y reinventando los esquemas tradicionales de la narración historietística. Anclada en una composición de página austera, firme, que gira alrededor de las académicas nueve viñetas, Locas –que es como se llama el culebrón punk-chicano nacido a principios de los 80 en la mítica Love & Rockets y al que pertenece esta su más reciente (y soberbia) entrega– es un hervidero de hallazgos estilísticos relacionados con la estructura narrativa: la elipsis, el flash-back, el desorden aparente, la fragmentación del relato en microcuentos, el continuo cambio de punto de vista, el uso de personajes y situaciones como contrapunto de una tensión constante que aviva el deseo del lector por avanzar en la historia…


El trabajo de Jaime Hernández (Oxnard, California, 1959) posee una coherencia extraordinaria y hay en él un sentido de la progresión que aconseja considerar la obra en su conjunto, mejor desde su inicio. Hay quien recomienda comenzar la lectura de Locas por cualquier sitio pero, como pueden comprobar, yo no soy uno de ellos. Lo edita La Cúpula. Los tomos son baratos. Cómprenlos todos.




crashcomics.blogspot.com

3 comentarios:

Anónimo dijo...

Gigante es poco, Javier. Estas locas, Izzy en particular, son, sin casi, parte de mi familia. Un saludo.

Anónimo dijo...

Izzy es un personaje portentoso, ¿viste su cameo en el segundo volumen de Palomar?

Precisamente le leí una entrevista a Beto en la que confesaba que su sistema de trabajo era más bien intuitivo o anárquico, pero que Jaime, sin embargo, tenía bastante claro hacia donde iban sus historias.

Sí, gigante es poco. Coincido contigo

Anónimo dijo...

Hola Javier:
Un poco tarde la respuesta al cameo, pero sí: Ahí está Izzy como esa widow a lo Diane Pernett -o viceversa-, y no recuerdo qué número de L&R, pero seguro que era el 2º volumen. Flies in the ceiling... o Wig Wam Bam, buf. Es cierto lo que comentas de Beto, pero creo que la composición de las historias de su hermano es muy intuitiva también. Un saludo, Javier, no te canses.

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Encontré esto de Con C de Arte, donde Jaime explica algo de su concepto del ritmo.

http://concdearte.blogspot.com/2007/06/los-gestos.html


"(...)todo eso viene determinado por el proceso creativo de Jaime, que no puede darse en un medio distinto al cómic: no escribe guiones, visualiza escenas aisladas que dibuja sin seguir el orden de lectura, a veces dejando viñetas sin terminar. “Sé que necesito una página para contar una parte en concreto de la historia, pero no sé qué es lo que voy a contar. De modo que la dejo en blanco”, explica Jaime. “Es como un ritmo. Sé cuántos compases voy a necesitar pero ignoro la nota en concreto que irá dentro”. El resultado son esos abruptos cortes en la narración, los flashbacks a traición, las elipsis que nos hacen imaginar la vida no contada de los personajes"