02 junio 2010

DEMASIADAS RESPUESTAS

Y bueno, se acabó Lost. Qué les voy a contar que ustedes no sepan. Se terminó uno de los seriales televisivos de referencia de la industria del entretenimiento. Sí, sí, lo echaremos de menos, qué duda cabe, nos ha tenido pegados al aparato durante seis temporadas, absortos ante el alarde narrativo, pendientes de mil teorías acerca del significado de los símbolos y misterios de la dichosa isla, expectantes por la suerte de un puñado de personajes a los que hemos aprendido a amar, y a odiar, episodio tras episodio.
Y terminó el asunto de aquella manera, fiel al estilo de la más pura telenovela, con besos y abrazos y encuentros y reencuentros, y hasta en una iglesia, como La dama de rosa, pero sin boda, en el ejemplo más artero de la autocomplacencia del que se sabe observado por millones de fanáticos a los que hay que entregar su ración de pastel. Se tiene la sensación de que llegados al final, la serie dejó de mirar hacia delante y se miró a sí misma el ombligo, no sé si me explico, como le sucedió al señor Lucas cuando tuvo a bien cargarse de un plumazo todo lo que de divertido había en La guerra de las galaxias y se inventó el otro engendro, la precuela, lectura deformada y deformante de la primera trilogía, explicativa por que sí. Aunque se podría argumentar que no, que puestos a mirar al frente, Lost ha superado cualquier precedente. Y es que alguien tuvo la idea definitiva: no bastaba con contar la conclusión de las peripecias, había que iluminar al personal. Puestos a dar respuestas, qué mejor que contestar La Pregunta: ¿hay vida después de la muerte? Ya te digo si la hay: la luz es buena, la oscuridad es mala; levantemos el corazón, lo tenemos levantado hacia..., etcétera. Claro, que aún no hemos cruzado el umbral, a lo mejor va a resultar que estas son las mentes preclaras de nuestra era y cuando esperemos sentados en la banca el ingreso a lo que sigue nos encontremos diciéndole al de al lado: anda, como en Lost. Fundido en blanco. Entretanto, déjenme mi escepticismo. Y en todo caso, qué remedio, admito, tolero al que se enmpeña en convencerme de su propia y dogmática creencia, de aquello de lo que se está realmente convencido, pero no este gazpacho de espiritualidad de supermercado, tan gringa, tan del punto medio, tan de la nueva era. Una espiritualidad del entretenimiento.
No me digan que no se dieron cuenta de que la cosa tenía fácil arreglo: final feliz en la realidad alternativa, tragedia en la realidad real, quizá el hundimiento de la isla y con él sus misterios. Desmond, la constante, posibilitando el recuerdo de otra vida en la conciencia de los que aterrizaron en LAX tras la fractura creada por la bomba. Sí y no, todo en uno. Aunque, claro, asumir un final hubiese sido asumir que Lost es sólo una historia entre tantas y había que ponerle mayúsculas. Responderlo todo para no responder nada. Y digo yo, ¿cuál era la pregunta?

Javier Fernández

3 comentarios:

profesor wesley resprok dijo...

en el fondo envidio a los ''lostianos'' como a los adeptos de cualquier religion, son fieles a sus dogmas y no dudan de que estos puedan ser un invento cutre, me gustaria creer pero mi lucidez me lo impide.

El Miope Muñoz dijo...

Estoy en profundo desacuerdo, pero es este desacuerdo, esta defensa que haré a muerte de Lost ante una de las personas más inteligentes que piensa aquí y ahora lo que da sentido a la grandeza de Lindelof.

Lost enfrenta. Por eso es TAN grande.

Javier dijo...

Sí, mi querido Alvy, en esto estamos en sano desacuerdo, y aunque no pienso que realmente la causa de la grandeza de Lost sea el enfrentamiento, con lo que sí coincido contigo es precisamente en esto: en su grandeza (no soy de los que le han hecho cruz y raya al serial tras el final, ni mucho menos; con todo, y en su campo, ha sido de lo mejor que se ha emitido jamás).

Aprovecho la ocasión para recomendar a los interesados que se den un paseo por tu blog: http://elrinconalvysinger.blogspot.com/; ahí encontrarán defensas serias y razonadas de Lost junto con numerosos comentarios, eclécticos e iluminadores, de los más diversos productos de esta nuestra sociedad del espectáculo. Una delicia.