Título: CECIL Y JORDAN EN NUEVA YORK, Autor: GABRIELLE BELL, Editorial: LA CÚPULA, Páginas: 160, PVP: 20 €
Hace poco más de dos años, comencé mi reseña de Afortunada (La Cúpula, 2008) diciendo que adoro a Gabrielle Bell. Y recuerdo que entonces estaba yo por tomar un avión a México para empezar una vida nueva y que me cayó la monografía de la Bell como un abrazo de despedida. Pues bien, la nueva vida empezó y me trajo de vuelta, y apenas tomo tierra y me encuentro con Cecil y Jordan en Nueva York, lo nuevo de Gabrielle Bell, que es casi un regalo de bienvenida. Porque hay cosas que cambian con el tiempo, pero este no es el caso. Insisto, adoro a Gabrielle Bell. También entonces escribí: “Bell comienza Afortunada anotando de manera sistemática los hechos significativos del día a día y termina decantándose por la búsqueda del momento más revelador, la elección meditada de la anécdota para dejarla crecer a lo largo de las páginas, en una técnica final más similar a la ficción que a la pura confesión”. Y bien, de Cecil y Jordan cabría decir lo contrario, que utiliza la ficción como técnica para delinear una confesión, un retrato íntimo. En los mejores momentos de la compilación, la temperatura de los relatos invita a sospechar que Bell se oculta en diversas máscaras, pero claro, la fabulación permite al lector implicarse más allá del voyeurismo, y, en este sentido, el libro cobra una altura nueva, mayor, si cabe, que la de Afortunada. Tradicionalmente, los terrenos aquí transitados eran propios de la literatura, pero hace ya que el indie se ha encargado de reivindicarlos para el cómic. Y dentro de esta tendencia, conviene remarcar que Bell tiene buen oído, un estilo personal y hermoso, basado en la peculiar mezcla de sobriedad y dulzura –lo que la diferencia, por ejemplo, de Adrian Tomine–, y en un deseo de sencillez y limpieza que la aleja –citando otro parecido razonable– de la alargada sombra de Julie Doucet. Se puede definir a la Bell como una prosista de la imagen, y vean que la expresión tiene su miga. En un sentido inmediato, y en el contexto del arte secuencial que nos ocupa, la imagen es el recurso básico y principal, pero en otro más amplio la imagen no es sino el territorio propio de la poesía. Es decir, hay figuración, pero también una cierta abstracción emocional que emana de los contornos del argumento, de las simples figuras, de las que la silla del relato “Cecil y Jordan en Nueva York” es el ejemplo más inmediato. Mención aparte merece la edición de La Cúpula, que cuenta con una excelente traducción de Montserrat Terrones y una estupenda rotulación de Iris Bernárdez. La primera construye un tono sincero y natural, que permite al lector quedar absorbido de principio a fin, y la segunda trabaja con tipos que mimetizan el original y completan la belleza de las páginas. Trabajos como estos elevan el estándar de la lectura de tebeos y le devuelven la magia que otros, que se dicen editores, transforman en vulgaridad.
Javier Fernández
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