07 septiembre 2009

REESCRIBIENDO EL SUEÑO

Título: OMEGA EL DESCONOCIDO
Autor: JONATHAN LETHEM (guión) y FAREL DARLYMPLE (dibujos)
Editorial: PANINI
Páginas: 256
PVP: 25 €

Fabricado en la década de 1960 por el impulso creador de Stan Lee y Jack Kirby –y de un escaso pero crucial Steve Ditko–, el universo Marvel se expandió y desplegó durante los años 70. A grandes rasgos, la estrategia esgrimida por los artistas implicados en este proceso se me antoja triple: por un lado se continuaron los conceptos, entornos y aventuras de los personajes originales; por otro, la compañía se apropió de ideas ajenas para incorporarlas a su propio torrente –me refiero a héroes pulp como Conan, Doc Savage o Fu Manchú, y a iconos literarios que van desde Drácula o Frankestein hasta los mismísimos marcianos de La guerra de los mundos–; y, por último, la cosmología de ficción se enriqueció con hallazgos originales, emulando la actitud primera de la compañía y yendo más allá de la mimetización de los logros heredados.
Uno de los escritores más aventajados e imaginativos de la entonces nueva y emergente generación fue Steve Gerber (1947-2008), poseedor de un estilo alucinado y paródico que prefiguró algunos de los motivos del cómic independiente de décadas posteriores. De su paso por Marvel quedan singularidades como el irreverente pato Howard o el malogrado Omega, protagonista de una serie de tintes oníricos y corta existencia –diez números entre 1976 y 1977–. Aparte de las situaciones derivadas de la inevitable presencia de un enigmático superhéroe llamado Omega, el verdadero conflicto de la serie es la confrontación entre un muchacho “criado para funcionar más con el intelecto que con la emoción” –citando al propio Gerber– y el ambiente hostil de los barrios bajos de Manhattan.
A pesar de su fracaso comercial, Omega el Desconocido logró excitar la fantasía de un infante Jonathan Lethem, futuro novelista ganador del National Book Critics Circle Award con Huérfanos de Brooklyn (1999) y autor, por ejemplo, de La fortaleza de la soledad (2003), quien, tres décadas después de la serie original, nos presenta una relectura delicada y reverencial, repleta de ideas y recursos literarios, y que viene apoyada por el grafismo de dos raros como el dibujante Farel Darlymple y el colorista Paul Hornschemeier –con la impagable aportación del genialmente radical Gary Panter, quizá el último nombre que uno esperaría encontrar en los créditos de un tebeo Marvel–, cuyo arte monótono y ordenado, indie por antonomasia, logra transmitir al texto un elemento de inquietud y desasosiego que, si bien elimina la emoción y el misterio del primer Omega, dota a esta segunda oportunidad de una curiosa y apreciable densidad y una plasticidad muy por encima de la media de publicaciones mainstream.
El resultado es un extravagante híbrido, a medias entre lo literario y lo plástico, entre lo comercial y lo independiente, al que merece asomarse y que es fiel reflejo, desde el corazón de la industria, del estado de agitación del nuevo cómic estadounidense.

Javier Fernández

1 comentario:

El Miope Muñoz dijo...

Es el equivalente superheroico a los mejores discos de Death Cab for Cutie: absoluta pulsión por lo unplugged, la desnudez y la estética del embajonamiento y lo pocho, pero un dominio de los recursos casi sinfónico e indiscutible.

Vamos, muy divertido si se tiene la ocasión.