Título:
EL ÚLTIMO YEYÉ
Autores:
FERNANDO GONZÁLEZ VIÑAS, JOSÉ LÁZARO
Editorial:
BERENICE
Páginas:
128
PVP: 15,95
€
Fernando
González Viñas es un guionista como la copa de un pino. He dicho guionista y en
realidad debería decir artista a secas, pues no tengo noticia de que haya algo
que no sepa hacer bien: escribe, traduce, pinta, juega de dulce al futbito,
sabe de toros y seguro que incluso se plancha las camisas. Nació, para más
señas, en Villanueva del Duque, en época indefinida (la fecha no figura en la
solapa, así que debemos sospechar que es muy remota). Yo tuve la suerte de
publicarle sus dos primeros libros, sendas biografías de Manolete y José Tomás,
que precedieron al puñado de obras que su feliz incontinencia le ha obligado a
poner en el mercado, entre el que destaca la novela Esperando a Gagarin.
A José Lázaro lo conocí una tarde y
no lo he vuelto a ver. Vaya por delante que me pareció un tipo serio,
competente, muy en lo suyo (que es crear), y yo esto lo admiro de veras. (Por
cerrar el tema de los patronímicos, les informo de que nació en Elda, Alicante,
también en fecha indefinida.) Me lo presentó Fernando, precisamente porque
querían mostrarme los primeros bocetos y páginas de lo que ahora es la novela
gráfica El último yeyé y entonces era
solo un proyecto con muy buena pinta. Tenía buena pinta primero por la
historia, de la que luego les hablo, y luego por los dibujos de Lázaro, que ya
en aquellos primeros lápices mostraba una espectacular capacidad para la
caracterización, dotes especiales para la creación de ambientes y un estilo
personal, en la mejor tradición de los caricaturistas patrios. El atrayente ritmo
narrativo de la historia no puedo atribuírselo a él, o no solo, pues me
mostraron un storytelling abocetado
por el guionista, que el dibujante fue siguiendo escrupulosamente (excepto allí
donde tuvo el acierto de mejorarlo, como suelen hacer los que respiran imágenes
en lugar de palabras cuando tienen un guion entre sus manos). El resultado ya
era cachondo entonces, que estaba a medio cocer, así que imagínense ahora.
Ambos decidieron que la historia estaba hecha para el blanco y negro, y Lázaro
propuso a mitad de camino añadir tonos grises. El resultado está a la vista:
las páginas ganaron en tersura, profundidad y matices.
El libro transporta al lector a la
Alemania del primer lustro de los años 70, más concretamente a Oberndorf, uno
de aquellos pueblecitos que acogieron legiones de emigrantes españoles. El que
hace aparición allá donde los teutones es Ruperto, aunque primero escribe para
avisar a su hermano Fernando de su inminente llegada. “Esa es una buena
noticia”, comenta un amigo, “aquí hay trabajo para todos”. Y Fernando contesta:
“¿Mi hermano trabajar? Mi hermano no le ha dado un palo al agua en toda su
vida”. Y es que Ruperto es “el último yeyé” del título, un soñador con talento
y energía para dos cosas: la música y vivir la vida. El genial fiestero es el
símbolo de una generación irredenta, ansiosa de libertad, que pocas veces ha
salido tan bien retratada como en esta obra original, valiente y hasta
necesaria para comprender mejor nuestro pasado y a nosotros mismos.
Javier Fernández