27 diciembre 2008
EL PADRE DEL CÓMIC
Autor: Will Eisner
Editorial: Norma Editorial
Páginas: 478
PVP: 30 €
No es extraño que los artistas se muestren esquivos a la hora de detallar cuestiones relativas a su proceso creativo o su método de trabajo. Y es menos extraño aún que, tras leer y analizar los textos teóricos o poéticas de determinados creadores, uno acabe pensando que más les hubiera valido estarse calladitos, pues no es raro que confundan influencias con gustos, deseos con propósitos, justificaciones con razonamientos o –por no alargarme en exceso– churras con merinas.
Pues bien, William Erwin Eisner (1917-2005) es un ejemplo paradigmático de todo lo contrario. El denominado “padre del cómic”, creador allá por 1940 de una obra maestra del género negro llamada The Spirit e iniciador, tres décadas más tarde y según opinión de casi todos los estudiosos, de eso que se ha dado en llamar novela gráfica –un formato que está reinventado la historieta contemporánea como en su día la reinventó el comic-book–, dedicó siete décadas al oficio de escribir y dibujar tebeos y no pocos esfuerzos a propagar las claves de su trabajo, siempre con una claridad y una inteligencia inusuales.
A lo largo de su carrera, Eisner impartió charlas y talleres, escribió varios libros sobre teoría y práctica del “arte secuencial” –término acuñado por él y que usaba en sustitución de “cómic”–, publicó largas conversaciones sobre las entrañas de la profesión y la industria –llenas de anécdotas e intimidades creativas– con algunas de las más grandes luminarias del medio como Milton Caniff, Jack Kirby o Harvey Kurtzman y, en definitiva, animó la escena de los tebeos no sólo con su obra sino con su activismo y generosidad. (Para perfilar un poco más el contorno de la enorme figura de Will Eisner, se debería añadir que fue pionero en lo relativo a los derechos de autor de su obra –mantuvo el control legal de sus creaciones cuando esto era una práctica absolutamente inusual–, exploró los límites del montaje y del diseño de página y, cuando contaba sesenta años, se atrevió a reinventar su propio lenguaje y construir una madura, rica y poderosa obra confesional. En palabras del escritor John Updike: “Eisner no solo iba por delante de su tiempo, sino que el tiempo aún está intentando alcanzarle.)
Leer a Eisner –en cualquiera de sus facetas– es una tarea de lo más gratificante. El poder de atracción de su obra es total, y una vez se comienza resulta imposible parar. Por fortuna, la obra del judío neoyorkino que desarrolló gran parte de la técnicas del cómic moderno lleva años siendo editada en nuestro idioma con el respeto y la exhaustividad que se merece. La vida en viñetas, este grueso volumen editado originalmente por Norton y que ahora nos trae Norma Editorial en español, recopila algunas de las novelas gráficas crepusculares del maestro, las más autobiográficas. Disecciones de avatares familiares y crisis sociales –el crack del 29, la segunda guerra mundial– pero también radiografías, una vez más, del corazón de la industria del entretenimiento.
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23 diciembre 2008
EL TESORO DE CARL BARKS
Autor: Carl Barks
Editorial: Planeta DeAgostini
Páginas: 272
PVP: 25 €
Verán, les podría contar muchas cosas sobre Carl Barks. Datos, fechas, obras. Pero sucede que tengo delante de mí el primer volumen de la recién estrenada Biblioteca que lleva su nombre, cuidadosamente editada por Planeta DeAgostini, con su gran formato, su papel de alto gramaje, sus tapas de cartoné y su lomo de tela redondeado, y reconozco sin pudor que aún me ciega el entusiasmo.
En sinceridad, sigo obnubilado por sus encantos. Rememoro una y otra vez las peripecias de nuestro primer encuentro: aquella soleada mañana de otoño, el tenso paseo hasta la librería, ¿habrá salido ya lo de Barks?, mirando de soslayo la estantería de novedades, sin querer hacerme demasiadas ilusiones. Como un adolescente en celo, supe que estaba ahí incluso antes de verlo. Lo agarré a toda prisa, no pregunté el precio, no le quité el retractilado para hojearlo, pagué y salí por piernas del lugar, sin pararme ni un instante hasta alcanzar la seguridad de mi casa. Una vez allí, lo coloqué sobre la mesa y lo observé detenidamente, a distancia, dejándome embargar por la emoción, sin quitarle aún el plástico, mirando en primer lugar la ilustración de portada: Donald y sus sobrinos sobre un fondo blanco, una viñeta primeriza de Barks, el pato caminando con porte orgulloso, los patitos extrañamente uniformados, sin sus gorras características –sustituidas por sombreritos de marinero caladas de lado–. Luego la contraportada: “un ambicioso proyecto que recogerá por orden cronológico todas las historias realizadas por el Rey de los patos disneyanos a lo largo de su carrera, complementadas con textos sobre su vida y su obra”. En otras palabras: quinientas historietas, seis mil doscientas quince páginas –el primer volumen, piezas firmadas en 1942 y 1943 más prolegómenos, ocupa algo menos de trescientas, vean la envergadura del asunto–. Y finalmente, cuando hube completado el rito, abrí el tebeo, comencé a leer por la primera página y no me despegué de la silla hasta llegar a la última, saboreando cada instante de estas primeras tentativas, rudimentarias pero firmes, que quizá no deslumbren a primera vista pero anuncian a las claras la exponencial progresión de su autor. Y es que, como escribe Alfons Moliné en su introducción, esta monumental edición que ahora se inicia es “un verdadero tesoro repleto de acción, suspense, humor, sátira y todos los ingredientes que, felizmente combinados, han encumbrado a Barks como uno de los grandes narradores gráficos del siglo XX, contribuyendo con todos ellos a elevar la historieta a la categoría de arte y medio de expresión al mismo nivel que la literatura o el cine”.
Como dije al principio, les podría contar muchas cosas sobre Carl Barks. Nos conocemos desde hace mucho. Pero sucede que tengo delante de mí el primer volumen de la recién estrenada Biblioteca Carl Barks y temo que –Dios no lo quiera– no se venda lo suficiente. Por eso les pido, les suplico, que lo compren. Porque ansío desesperadamente leerlos todos.
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15 diciembre 2008
BIENVENIDOS AL MAÑANA
Autor: Grant Morrison y Marc Silvestri
Editorial: Panini
Páginas: 104
PVP: 12,95 €
La mayor parte de lo que hoy día conocemos por Marvel no es sino la enésima versión, revisión o actualización de los personajes y situaciones creados a partir de 1961 –y durante aproximadamente diez años– por un reducido grupo de artistas en estado de gracia que se conjuró para reinventar, no sin cierto espíritu paródico y desinhibido, el género de los superhéroes. Ya saben que les hablo de la tríada legendaria, Stan Lee, Jack Kirby y Steve Ditko, pero también de los Colan, Kane, Romita o Buscema. Una auténtica cuadrilla de veteranos fogueados en infinidad de comic-books de serie B que coincidieron felizmente en la editorial neoyorkina, donde fabricaron un legado irrepetible; no en vano, a su paso, Marvel acabó bautizada como “la casa de las ideas”. Un vasto universo de fantasía que, a pesar de las mediocres aportaciones posteriores –dejando a un lado fanatismos y sin olvidar las debidas excepciones– camina como una máquina engrasada en dólares hacia el inicio de su sexta década
Viene esto a cuento de la aparición del último de los siete volúmenes que recopilan la etapa de New X-Men escrita entre 2001 y 2004 por el fenomenal guionista Grant Morrison (Escocia, 1965). Un manojo de buenas historias, electrizantes y frescas, de esas que le devuelven a uno el apetito, poseedoras además de un sobresaliente diseño de conjunto. Y viene a cuento, digo, porque este último tomo se completa con la declaración de intenciones conocida como El manifiesto de Morrison, un documento escrito en octubre de 2000 por el autor de Los Invisibles como esquema previo a su trabajo en la serie y que apareció publicado en el número 114, el primero de los cuarenta y dos que guionizó. El manifiesto es precisamente un muestrario de las opiniones de Morrison sobre los motivos del coma creativo profundo de la Marvel de principios del siglo XXI, así como un desesperado puñado de soluciones ideadas para aplicar urgentemente, cual terapia de choque, a las desventuras de Cíclope, Fénix, Lobezno y compañía.
Dice Morrison: “Hagamos cómics de los que nos sintamos orgullosos en cualquier nivel. Series que los críos busquen por su energía, por su estructura cinética, que los universitarios compren por su irónica rebeldía y los adultos adoren por la distracción, justo como con las películas y series de televisión, ¡¡¡justo como lo hacía Stan Lee!!!”. Para que quede claro, lo que Morrison reclama en su manifiesto no es una vuelta de tuerca acerca del origen o la identidad de tal o cual personaje, ni el uso de extravagantes golpes de efecto comerciales o narrativos sino algo tan simple como revolucionario: reactivar el impulso artístico que lo inició todo, aplicarse a fondo para que los tebeos Marvel de hoy sean tan sugerentes y cautivadores como lo fueron en su día.
Ese es el reto propuesto por Morrison, y estos son sus nuevos X-Men. Juzguen ustedes.
10 diciembre 2008
EL ETERNO SONIDO DEL ALIVIO
Autor: Luis Gasca y Román Gubern
Editorial: Cátedra
Páginas: 432
PVP: 35 €
Puestos a hablar de onomatopeyas, me viene a la cabeza una escena de El judío de Nueva York (Astiberri, 2008), la singular y densa epopeya judía –más concretamente de los judíos americanos asentados en el Nueva York de principios del siglo XIX– escrita y dibujada por Ben Katchor.
En la página 38 de la edición española, conocemos a Yosl Feinbroyt, “discípulo tardío del famoso cabalista y vagabundo Abraham Abulafia”, quien, libreta en mano, acostumbra a pasar la tarde en la terraza de la cervecería Jardines Caldeos escuchando y trascribiendo al inglés “los sonidos del beber y el yantar” y otras “combinaciones de letras que existen al margen del lenguaje humano”. Yosl toma asiento frente a un par de caballeros que charlan mientras dan buena cuenta de unas ostras en su concha. Permanece atento, hace oídos sordos a la conversación pero anota en su cuaderno los sonidos que se producen al sorber y tragar ostras: “SLURP”, “CHUP”, palabras nuevas y fabulosas que espera lo conduzcan a imaginar el nombre secreto de Dios.
Para cuando los caballeros deciden marcharse, Yosl ha perdido (gozosamente) el conocimiento y se halla sumergido en un trance estático: “Yosl Feinbroyt abandona los Jardines Caldeos. Calzado con zapatillas de terciopelo, asciende una escalinata luminosa blasonada con palabras extrañamente familiares que no pertenecen a ningún lenguaje terrenal. Al otro extremo de una antecámara palaciega, cuelga una delicada cortina bordada con una palabra inteligible… una cruda representación onomatopéyica del eterno sonido del alivio”. La palabra que precede a lo divino –y que Katchor dibuja en hebreo y en inglés– es “GREPTS”, o sea, la reproducción fonética de un eructo.
Casi tan insensato como buscar el nombre de Dios en los ruidos que hacemos al comer se antoja, de antemano, un catálogo de las onomatopeyas del cómic pues como nos recuerda Scott McCloud en Hacer cómics (Astiberri, 2007): “las onomatopeyas son invenciones singulares que puedes improvisar como loco”. Vean si no el palabro usado por Katchor en sustitución de BURP, representación más usual del eructo, derivada del verbo de lengua inglesa. Pues bien, lo que estos dos históricos de la teoría de la historieta, Gasca y Gubern, ofrecen en el imponente y bello volumen editado por Cátedra –en la estela de aquel otro imprescindible, El discurso del cómic, de los mismos autores y editorial– es no sólo el inventario de onomatopeyas de la narración gráfica más completo de cuantos existen sino también un sucinto pero necesario marco teórico para apreciar el valor lingüístico de uno de los recursos más característicos de los tebeos.
Iba a añadir que es una pena que no abunden estudios como este relativos al medio historietístico en nuestro país, pero luego he caído en la cuenta de que les hablo precisamente de una novedad editorial. Y toca celebrarlo, así que nada de quejas.
Diré mejor, como después de una comida copiosa, simplemente: ¡GREPTS!
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01 diciembre 2008
A LA ALTURA DE GIGANTES
Autor: Jaime Hernández
Editorial: La Cúpula
Páginas: 130
PVP: 18 €
Seré sincero: escribir sobre Jaime Hernández en –aproximadamente– dos mil ochocientos caracteres es una tarea absurda. Son tantos los recuerdos, las ideas, las emociones, los calificativos que le vienen a uno de golpe a la cabeza que corre el riesgo de quedar bloqueado antes de posar los dedos sobre las teclas. (Dicho lo cual, tomo aire y comienzo.)
Al menos quiero dejar esto claro, no conozco ningún cómic mejor que los de Jaime. Y créanme si les digo que he leído decenas de miles. Conozco algunos igual de buenos como el Dick Tracy de Gould, el Popeye de Segar, el Krazy Kat de Herriman, el Little Nemo de McCay, el Príncipe Valiente de Foster, el Spirit de Eisner o, qué sé yo, el Terry y los piratas de Caniff, por citar sólo los más célebres. La comparación coloca al autor de La educación de Hopey Glass a la altura de gigantes. De los clásicos. Y verán, puede que alguno de ustedes piense que estoy exagerando, que me pierde la pasión. No negaré que me chiflan las aventuras de Maggie Chascarrillo, Hopey Glass y compañía, pero no es de eso de lo que les estoy hablando.
Hernández comparte con algunos de los indiscutibles maestros antes citados la capacidad de alcanzar el corazón del lector y conducirlo por una montaña rusa de emociones, a menudo sutiles, siempre sorprendentes, con la suficiencia de quien conoce a la perfección los sentimientos del común de los mortales. Pero si esto lo consigue, más allá de la extrema belleza de su línea, es porque domina las herramientas de su oficio, hasta tal punto que, como bastantes de los anteriormente dichos, ha introducido en el medio nuevos recursos formales, apoyándose y reinventando los esquemas tradicionales de la narración historietística. Anclada en una composición de página austera, firme, que gira alrededor de las académicas nueve viñetas, Locas –que es como se llama el culebrón punk-chicano nacido a principios de los 80 en la mítica Love & Rockets y al que pertenece esta su más reciente (y soberbia) entrega– es un hervidero de hallazgos estilísticos relacionados con la estructura narrativa: la elipsis, el flash-back, el desorden aparente, la fragmentación del relato en microcuentos, el continuo cambio de punto de vista, el uso de personajes y situaciones como contrapunto de una tensión constante que aviva el deseo del lector por avanzar en la historia…
El trabajo de Jaime Hernández (Oxnard, California, 1959) posee una coherencia extraordinaria y hay en él un sentido de la progresión que aconseja considerar la obra en su conjunto, mejor desde su inicio. Hay quien recomienda comenzar la lectura de Locas por cualquier sitio pero, como pueden comprobar, yo no soy uno de ellos. Lo edita La Cúpula. Los tomos son baratos. Cómprenlos todos.
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