Título: EL HOMBRE DE ARENA
Autores: MAI PROL (guión) y FEDERICO DEL BARRIO (ilustraciones)
Editorial: EDICIONS DE PONENT
Páginas: 72
PVP: 20 €
Hay silencios y silencios. Quiero decir que existen autores que desaparecen de la faz de la tierra sin dejar rastro y uno se pregunta si no sería mejor que se hubiesen marchado un poco más lejos, no vaya a ser que les dé por regresar. Y luego están los otros, los que no deberían irse nunca y se van. En el mejor de los casos, estos últimos retornan brevemente a escena y es una lástima, una verdadera lástima, que nunca estén por quedarse. Se me vienen varios nombres a la cabeza, Raúl el primero, pero no es de él de quien quiero hablarles hoy sino de Federico del Barrio (Madrid, 1957), el segundo de mi lista particular de añoranzas.
Aunque, claro, eso de desaparecer es una forma de hablar. Primero porque Del Barrio apenas estuvo aquí. Lo suyo, ya pasada la pubertad creativa, fueron diez escasos años, la segunda mitad de los ochenta y la primera de los noventa, de historietas servidas con cuentagotas, asombrosas y elegantes; mestizas, hijas del tebeo, pero también de la literatura. De laboratorio y trinchera. Me refiero a lo compilado en La orilla (1985) y en León Doderlin (1991), dos libritos de esos que uno ama u odia sin término medio, y también a ese puñado de páginas diseminadas en revistas o antologías, a menudo compuestas a medias con Raúl –ya ven que, después de todo, teníamos que acabar citándolo de nuevo–. O su interpretación de los guiones de Hernández Cava en dos de las series más celebradas de este último: Las memorias de Amorós y Lope de Aguirre. De lo primero lo dibujó todo, cuatro álbumes en cascada (Firmado: Mister Foo, 1988; La luz de un siglo muerto, 1993; Las alas calmas, 1993; y Ars Profética, 1993) y un quinto que hasta ganó el premio al mejor tebeo en Barcelona, El artefacto perverso (1996), que no pertenece propiamente a la serie, pero guarda un aire de familia. De lo de Aguirre, Del Barrio dibujó y coloreó el segundo volumen, tenso y furioso, La conjura (1993).
Como les decía, desaparecer es un decir. Segundo porque Del Barrio nunca se marchó realmente. Los soberbios Relaciones (1996) y Simple (1999) no llevan su firma sino la de un tal Silvestre, pero a quién vamos a engañar. Y Caín (2007), pequeña muestra de la tira satírica publicada diariamente en La Razón –la cultura hace extraños compañeros de cama–, es el producto de otra máscara, compartida en este caso con Hernández Cava. Por no mencionar a aquel Del Barrio, escritor teatral de El día que voló Renata, Viaje al tártaro, Caín (no confundir con lo ya citado) y ¿Qué? Nada. O el ilustrador de trazo fino y áreas esponjosas con el que uno, alegremente, se topa de vez en cuando, o ese otro, brecciano hasta la médula, que retorna ahora en El hombre de arena (2010), hermosa, extravagante y oscura adaptación gráfica del relato homónimo de E.T.A Hoffman guionizada por Mai Prol, una lectura absorbente y gozosa.
Ya ven, casi nada me alegra tanto el día como encontrarme con un nuevo trabajo de Federico del Barrio. Y puestos uno detrás del otro hasta se diría que hay un buen número de ellos. Pero, créanme, son pocos. Y todos ellos sobresalientes.
Javier Fernández
Autores: MAI PROL (guión) y FEDERICO DEL BARRIO (ilustraciones)
Editorial: EDICIONS DE PONENT
Páginas: 72
PVP: 20 €
Hay silencios y silencios. Quiero decir que existen autores que desaparecen de la faz de la tierra sin dejar rastro y uno se pregunta si no sería mejor que se hubiesen marchado un poco más lejos, no vaya a ser que les dé por regresar. Y luego están los otros, los que no deberían irse nunca y se van. En el mejor de los casos, estos últimos retornan brevemente a escena y es una lástima, una verdadera lástima, que nunca estén por quedarse. Se me vienen varios nombres a la cabeza, Raúl el primero, pero no es de él de quien quiero hablarles hoy sino de Federico del Barrio (Madrid, 1957), el segundo de mi lista particular de añoranzas.
Aunque, claro, eso de desaparecer es una forma de hablar. Primero porque Del Barrio apenas estuvo aquí. Lo suyo, ya pasada la pubertad creativa, fueron diez escasos años, la segunda mitad de los ochenta y la primera de los noventa, de historietas servidas con cuentagotas, asombrosas y elegantes; mestizas, hijas del tebeo, pero también de la literatura. De laboratorio y trinchera. Me refiero a lo compilado en La orilla (1985) y en León Doderlin (1991), dos libritos de esos que uno ama u odia sin término medio, y también a ese puñado de páginas diseminadas en revistas o antologías, a menudo compuestas a medias con Raúl –ya ven que, después de todo, teníamos que acabar citándolo de nuevo–. O su interpretación de los guiones de Hernández Cava en dos de las series más celebradas de este último: Las memorias de Amorós y Lope de Aguirre. De lo primero lo dibujó todo, cuatro álbumes en cascada (Firmado: Mister Foo, 1988; La luz de un siglo muerto, 1993; Las alas calmas, 1993; y Ars Profética, 1993) y un quinto que hasta ganó el premio al mejor tebeo en Barcelona, El artefacto perverso (1996), que no pertenece propiamente a la serie, pero guarda un aire de familia. De lo de Aguirre, Del Barrio dibujó y coloreó el segundo volumen, tenso y furioso, La conjura (1993).
Como les decía, desaparecer es un decir. Segundo porque Del Barrio nunca se marchó realmente. Los soberbios Relaciones (1996) y Simple (1999) no llevan su firma sino la de un tal Silvestre, pero a quién vamos a engañar. Y Caín (2007), pequeña muestra de la tira satírica publicada diariamente en La Razón –la cultura hace extraños compañeros de cama–, es el producto de otra máscara, compartida en este caso con Hernández Cava. Por no mencionar a aquel Del Barrio, escritor teatral de El día que voló Renata, Viaje al tártaro, Caín (no confundir con lo ya citado) y ¿Qué? Nada. O el ilustrador de trazo fino y áreas esponjosas con el que uno, alegremente, se topa de vez en cuando, o ese otro, brecciano hasta la médula, que retorna ahora en El hombre de arena (2010), hermosa, extravagante y oscura adaptación gráfica del relato homónimo de E.T.A Hoffman guionizada por Mai Prol, una lectura absorbente y gozosa.
Ya ven, casi nada me alegra tanto el día como encontrarme con un nuevo trabajo de Federico del Barrio. Y puestos uno detrás del otro hasta se diría que hay un buen número de ellos. Pero, créanme, son pocos. Y todos ellos sobresalientes.
Javier Fernández
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