
Cuando era pequeño soñaba con ser muy grande. Y ahora que he crecido, lamento no ser grande. Sólo algo más viejo. Y con el tiempo, mis sueños han cambiado. Ya no me imagino en un trono dorado, revestido de honores y los súbditos a mis pies. Me conformo con ser el amo de una isla desierta y a Claudi

Un psicólogo encontrará lógicas concomitancias entre ambos sueños. La persona es la misma. La idea es similar. El subtexto es idéntico. Pero ¡ah! el tono, las imágenes, los colores… menuda diferencia. Ahora duermo en blanco y negro, y el contexto siempre resulta reconocible, aunque de un modo peculiar. Los objetos me resultan familiares; los personajes dejan cierta sensación de dejá vu; los obstáculos insolubles apestan a cotidianidad; el resultante final es asfixiantemente mediocre. El cine de las sábanas blancas ha devenido un cinta de vhs gastada. Qué diferencia con los sueños de antaño, proyectados en 70 mms sobre una pantalla de cinerama en prodigioso technicolor. Ahora, la sensación de maravilla ha desaparecido. Lo que nos queda es un simulacro. El recuerdo de un recuerdo que ni siquiera llegó a existir. Un castillo de naipes encantado envuelto en cantos de sirena. P

¿Quieres saber algo de Winsor McCay? Acude a la wikipedia; este blog no se presta a ese juego tan vulgar del corta-y-pega. ¿Quieres datos? ¿Referencias? ¿Un análisis riguroso? ¡Por favor…! “Little Nemo” es fantasía, algo intangible, tan liviano y evanescente como las burbujas de champán cuando ascienden por la garganta. Y a la vez, tan trascendente y esquivo como un coro de ángeles castrati, cantando a las puertas del paraíso.
Little Nemo huele a naftalina. Es absurdo y ridículo. Reiterativo y cursi. Una antigualla para modernos. Un viejo vino a conservar embotellado para sumillers a la violeta. Pero, para mí, es como la voz de Dios llamando a mi conciencia. Un runrún calmo y constante que me asalta y me ilumina, invitándome a participar de la eternidad, a compartir un secreto íntimo que despierta a voces en mi alma. Un rayo láser en mi cerebro que me inunda de una verdad profunda y antigua, muy antigua, que cambia mi percepción del mundo y me transforma para siempre.
Lo que los tebeos fueron. Lo que son. Y lo que seguirán siendo.
Tito Alberto.
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